¿Es necesario sufrir para morir?
![]() |
Josep Pulido |
En nuestra cultura se habla poco de la muerte, un tema que se evita:
"Nuestro amigo se fue", se dice. Por la misma causa pero en menor medida
se hace difícil decir claramente que queremos morir sin sufrir, que
tememos al sufrimiento y que es preferible morir que vivir con dolor
insoportable. ¿Es misión de la medicina ayudar a morir bien y sin dolor?
Parece que sí. ¿O no?
La medicina, contra el dolor
El ejercicio de la
medicina para el bien del enfermo ha cambiado mucho en estos últimos
cincuenta años. Uno de los cambios fundamentales ha sido el que se
conoce como la medicina basada en la evidencia o en la prueba.
Actualmente sólo se acepta que la práctica médica se fundamente en
aquello que está suficientemente probado y no se acepta que el ejercicio
se base en la inspiración, la buena voluntad, las impresiones, la
tradición o cosas parecidas. Solamente se puede aplicar lo que ha
quedado suficientemente probado y si se demuestra que algo no va bien se
debe abandonar.
Otro cambio, otro grande avance en
el que todavía hay mucho a mejorar ha consistido en la determinación
–muy clara por parte de los médicos y de la enfermería– de combatir
decididamente el dolor de los pacientes. Un comportamiento que como se
puede comprender es muy importante a la hora de morir. Tenemos que poder
morir sin dolor o con el mínimo dolor posible. Dolor de todo tipo:
espiritual, mental y corporal.
En nuestra cultura de
raíces cristianas la ideología religiosa ha tenido un peso notabilísimo
construyendo ideas sobre el dolor y de sí lo teníamos que aceptar o no.
Durante muchos siglos la consideración sobre el dolor, como sobre la
mayoría de cuestiones importantes, ha estado determinada y dominada por
ideas o ideologías que no siempre han sido favorables para la vida
humana. Desde el siglo XV, desde el Renacimiento, una parte de la
ideología ha ido cambiando y, poco a poco, con sacrificios y
dificultades, la humanidad ha ido aprendiendo que la vida de las mujeres
y de los hombres era más importante que las ideologías. Dicho de otra
forma, desde el siglo XV las ideologías que eran favorables al dolor o
que no permitían combatirlo de manera decidida han ido perdiendo valor
porque la voz de las personas que no querían sufrir ya no se podía dejar
de escuchar cómo había pasado durante la edad antigua y media.
Por
fin hoy día entendemos y aceptamos –así lo piensan muchos cristianos–
que Jesús no quería sufrir, no quería la cruz. Murió torturado para
evitar traicionar su mensaje, pero hubiera querido acabar de otra forma.
Fueron teólogos y eclesiásticos posteriores a él los que relacionaron
redención y dolor, pero esta no era exactamente la teología de Jesús. El
Dios de Jesús no pide el dolor para salvarse, con la contrición y la
enmienda hay bastante, pero el Dios del apóstol Pablo, más próximo al
Dios terrible del Antiguo Testamento, reclama el dolor para la salvación
empezando por el martirio expiatorio de Jesús.
Precisamente,
Jesús, según mi opinión, fue de todos los grandes personajes conocidos
el religioso más atento al dolor de la humanidad. Él siempre se dolía
del dolor de los otros, de todo tipo de dolor, e intentaba aportar
remedio y si no podía, consuelo. Los médicos creyentes que no son lo
bastante sensibles al dolor de los pacientes harían bien al examinar de
nuevo esta actitud de Jesús. Nos harían un favor a todos y contribuirían
a extender la decisión de combatir siempre el dolor.
En
nuestro siglo el mejor ejercicio de la medicina se fundamenta, primero,
en la capacitación científica y técnica del médico y después en el
respeto y la compasión por el enfermo. Del respeto y la compasión se
deriva la enemistad que el médico debe tener contra el dolor ya que la
inmensa mayoría de pacientes no quieren sufrir. Como el médico tiene que
combatir el dolor no me fío de los colegas que no lo combaten
decididamente o son conniventes. Yo no los quiero como médicos para mí.
En
mi libro sobre la felicidad y el dolor, en el último capítulo, dedicado
a la muerte, escribía: “Cuando estamos bien o bastante bien no deseamos
morir, y en esta situación sentimos y pensamos que la muerte es
inoportuna, pues como ya se ha dicho la afección , el apego, a la vida
es fuerte. Cuando no estamos bien porque sufrimos algún tipo de dolor,
solemos esperar a que cese o disminuya para poder seguir viviendo de la
mejor manera posible. Al contrario, cuando el sufrimiento es muy intenso
y tenemos la seguridad de que este dolor no va a remitir, deseamos
morir pronto.
La mayoría de enfermos terminales, si
el dolor y otros síntomas corporales, también dolorosos, como el ahogo,
están controlados y no son demasiado intensos, desean seguir viviendo
aunque solamente sea unos días o semanas; la situación suele cambiar
cuando el paciente siente que su sufrimiento se intensifica y asume que
el tiempo no va a mitigarlo. El cansancio de vivir con un dolor que ya
no tiene remedio origina el deseo de descansar. Poder descansar suele
ser el último de nuestros deseos”. Actualmente la medicina paliativa,
bien implantada en Catalunya, dedica todos sus esfuerzos a evitar que
los enfermos sufran innecesariamente al final de la vida cuando ha
llegado la hora de morir.
Rogeli Armengol
Médico
psiquiatra jubilado, miembro del Comité de Bioética de Catalunya y de
la Comisión de Deontología del Col·legi de Metges de Barcelona
Atención paliativa
Xavier Gómez i Batiste-Alentor
El
75% de la población de nuestro país muere a causa de una o varias
enfermedades crónicas progresivas, y alrededor de 100.000 personas las
padecen de manera simultánea. Sus causas más frecuentes son la
combinación de condiciones como la fragilidad avanzada y varias
enfermedades crónicas, el cáncer, las neurológicas progresivas
(fundamentalmente, demencias), y las llamadas insuficiencias orgánicas
(cardíaca, respiratoria, renal...). Cursan con deterioro progresivo,
síntomas múltiples, frecuentes crisis de necesidades de todo tipo
(físicas, emocionales, sociales…), y algunas de las que definimos como
esenciales (espiritualidad, dignidad, autonomía, afecto, esperanza…) y
que generan impacto emocional y sufrimiento, y una alta necesidad y
demanda de atención, con uso frecuente de recursos sanitarios.
El final de la vida es una experiencia personal siempre difícil, y requiere una atención orientada a favorecer la adaptación emocional al proceso de pérdidas, apoyar a la familia, y crear unas condiciones de soporte y organización que respondan a las necesidades y demandas de pacientes y familias. Entre los instrumentos de la atención paliativa, el control efectivo de síntomas como el dolor es un paradigma de la buena atención, y disponemos de metodología muy eficaz para controlarlo en la mayoría de casos. El apoyo a la familia incluye la promoción de la capacidad cuidadora, la adaptación a la pérdida y la prevención del duelo complicado. También hemos ido avanzando en la resolución de la mayoría de dilemas éticos del final de la vida, aplicando principios de buena praxis y sentido común. En nuestro país hay experiencias sólidas consolidadas de excelencia de la atención paliativa, de las que Catalunya es un referente mundial.
Los principios de una atención paliativa forman –y deben formar– parte de la esencia de la medicina, asociando una competencia profesional sólida a valores como los de la compasión y el compromiso con los pacientes y sus familias, la comunicación efectiva, la capacidad de trabajar en equipos multidisciplinares, y una organización orientada a los objetivos de los pacientes y familias. Con una buena combinación de todos ellos, se puede alcanzar una atención de excelencia y de ética de máximos, que alivie el sufrimiento, que permita que el siempre complejo proceso de morir se viva dignamente, de acuerdo con los valores y preferencias de cada uno. La práctica de la atención paliativa da sentido profundo a la medicina, combinando los avances en tecnología con los mejores valores de nuestra tradición humanista.
El final de la vida es una experiencia personal siempre difícil, y requiere una atención orientada a favorecer la adaptación emocional al proceso de pérdidas, apoyar a la familia, y crear unas condiciones de soporte y organización que respondan a las necesidades y demandas de pacientes y familias. Entre los instrumentos de la atención paliativa, el control efectivo de síntomas como el dolor es un paradigma de la buena atención, y disponemos de metodología muy eficaz para controlarlo en la mayoría de casos. El apoyo a la familia incluye la promoción de la capacidad cuidadora, la adaptación a la pérdida y la prevención del duelo complicado. También hemos ido avanzando en la resolución de la mayoría de dilemas éticos del final de la vida, aplicando principios de buena praxis y sentido común. En nuestro país hay experiencias sólidas consolidadas de excelencia de la atención paliativa, de las que Catalunya es un referente mundial.
Los principios de una atención paliativa forman –y deben formar– parte de la esencia de la medicina, asociando una competencia profesional sólida a valores como los de la compasión y el compromiso con los pacientes y sus familias, la comunicación efectiva, la capacidad de trabajar en equipos multidisciplinares, y una organización orientada a los objetivos de los pacientes y familias. Con una buena combinación de todos ellos, se puede alcanzar una atención de excelencia y de ética de máximos, que alivie el sufrimiento, que permita que el siempre complejo proceso de morir se viva dignamente, de acuerdo con los valores y preferencias de cada uno. La práctica de la atención paliativa da sentido profundo a la medicina, combinando los avances en tecnología con los mejores valores de nuestra tradición humanista.
Comentarios
Publicar un comentario