A dos metros bajo tierra: la vida y la muerte con Nirvana
La Ruta Norteamericana vuelve a detenerse en la sección "Parada para repostar". La firma invitada es un buen amigo de este lugar de encuentro de los amantes de la música norteamericana. Toni Castarnado, quien ya ha escrito más veces en esta sección, habla de una serie imprescindible para hablar de un grupo también imprescindible y, de paso, acercarse a otras reflexiones existenciales. Magnífica oportunidad para referirse A Dos Metros Bajo Tierra, una serie sobresaliente al nivel de The Wire o The Soprano.
Texto: Toni Castarnado.
Se ha hablado mucho en los dos últimos meses sobre el vigésimo aniversario de la edición de Nevermind de Nirvana,
el disco que en aquel momento cambió de una manera drástica la historia
del rock. Pero curiosamente, muy pocas veces se ha relacionado su
música con la del gran estallido cultural de los últimos tiempos: las
series de televisión. Y cuando se cumple algo más de un lustro desde la
emisión del último capítulo de A Dos Metros Bajo Tierra, creo que es justo recordar como la figura de Kurt Cobain y la de otros músicos planetarios planeaba sobre esa serie.
Como certificar de forma rotunda que el nacimiento y el auge de
Nirvana cambió el curso de casi todo, con el grunge que ya era
patrimonio de la humanidad, y “Smells Like Teen Spirit” convertido en
himno de la llamada Generación X. Una camada a la que
pertenecía Nate Fisher, el mayor de tres hermanos que vivían junto a sus
padres en un hogar inusual y diferente a los demás: una funeraria. Y
eso marca. Y condiciona, vaya si condiciona. Y además distorsiona. Como
el sonido y el crujir de esas canciones tan sucias y tan descaradas que
firmaban Kurt Cobain, Kris Novoselic y Dave Grohl. Y en A Dos Metros Bajo Tierra hay dos instantes que colocan a Nirvana y al grunge dónde merecen, en ese pedestal del que nunca bajará.
En un episodio Nate rememora el día en el que se conoce la noticia de
que Kurt se ha suicidado mientras se lo cuenta a su sorprendida hermana
del alma, la aturdida y aspirante a artista Claire. Y juntos hacen un
viaje a Seattle en el que es uno de los capítulos cumbre para entender
el significado de la serie. Justo de allí regresaba él en avión en el
episodio piloto, dónde curiosidades del destino -siempre el destino, mi
única y verdadera creencia-, conoce a Brenda, la primera de las dos
mujeres que le cambia la vida para siempre. La otra huella que le queda,
la otra chica en cuestión, ya que muchas veces aparece otra persona que
provoca que se muevan de manera abrupta los cimientos de nuestra
existencia, es aquella vieja amiga a la que conoce en su regreso a la
capital del grunge. Y que a la postre, se convierte en la sorprendente
madre de su hija. Y es también allí el lugar donde Nate sufre los
primeros síndromes de su mal y de su propia debilidad, siendo este su
lastre, un viaje a los infiernos inquietante y desafiante. Igual que el
que recorrió el líder de Nirvana en su día.
Y es por esa razón que hay saber apreciar la vida. Y agarrarse a ella
con fuerza. Como lo hace un bebé desde el mismo momento en el que ve la
luz y empieza a luchar por su propia y verdadera existencia. Y eso es
lo que hacían esos seres en la ficción en momentos puntuales de la
serie, acudiendo a una canción y así tomarse un respiro. En la
improvisada hoguera que organizan los Fisher -con Dave con la mirada
perdida con su sobrina entre los brazos y la madre observándolo todo
desde esa perspectiva que sólo ella conoce- para desterrar el pasado y
quemar lo que ya no nos sirve en vida mientras cantan esa emocionante
“Lucky” de Radiohead. O bien cuando un grupo de jóvenes
perdidos entre sueños y zozobra entonan la arrebatadora tonada de “I
Need You So Much Closer” de Death Cab For Cuttie, otra de las criaturas nacidas en Seattle. O bien ese antológico final con la música de Sia, discípula adelantada de Tori Amos, otra que es hija de la música alternativa de los noventa. Esa que marcó una obra como Nevermind y que tocaba de cerca la fibra emocional de los Fisher y la de sus allegados. O sea, la nuestra. Así es.
Texto: Toni Castarnado, redactor de Ruta 66, Mondo Sonoro y Rock Zone. Autor del libro Mujer y Música. 144 discos que avalan esta relación (Ediciones 66 rpm).
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