Psicosomática Clínica: Lo transgeneracional.

© Soy quien ellos fueron, por Ashley Gilreath




Lo Transgeneracional


En Estados Unidos De América, la psicóloga Rachel Yehuda está profundamente interesada en saber como responde la gente ante el estrés. En especial ante episodios tremendamente traumáticos.
Rachel Yehuda es Profesora de psiquiatría en el Mount Sinai School of Medicine, siendo además directora del Traumatic Stress Studies Division del Mount Sinai School of Medicine y Bronx Veterans Affairs Medical Center, en los Estados Unidos.
Los efectos transgeneracionales del estrés acudieron a su mente cuando abrió una clínica especializada en estrés postraumático, con foco en los supervivientes del holocausto. Seguramente sus raíces judías y su vocación por el estudio del PTSD conformaron una gestalt que la condujeron por estas interesantes sendas.
Tratando de stress a los propios supervivientes del holocausto, se sorprendió de que muchos de sus hijos también sufrieran los efectos del estrés. Como si ellos también hubieran formado parte de tal nefasto paisaje humano.
Rachel contó: “Cinco hijos de los supervivientes del holocausto nos pidieron ayuda. Lo que esos chicos dijeron es que ellos también eran víctimas del holocausto, que indirectamente les había afectado.”
Rachel vio que el estrés en los hijos había sido motivado por los padres al contarles repetidamente sus historias tan traumáticas de lo vivido a manos de los nazis.
Sus estudios la convencieron totalmente de que después de años y años de estar rodeados por los síntomas de los padres, mientras estos niños crecían, esas experiencias traumáticas produjeron el resultado de los efectos que ahora en su clínica estaba observando.

Al mismo tiempo, en Edimburgo, Jonathan Seckl, profesor de medicina molecular en el Endocrinology Unit Centre For Cardiovascular Science del Queen’s Medical Research Institute, estaba interesado en la exposición al estrés de mujeres embarazadas y se preguntaba si los efectos del estrés podían ser transmitidos a sus hijos.
Entonces Jonathan comenzó con algunos experimentos en ratas preñadas para ver si al exponerlas a hormonas del estrés había algún efecto en sus crías.
Encontró que la siguiente generación durante el resto de la vida útil tenían alterada su respuesta ante el estrés y mostraba comportamientos que parecían de ansiedad.

Para comprobar si eso afectaba a los mismos genes decidieron criarlas y ver si los efectos del estrés podrían encontrarse en generaciones nunca expuestas a la hormona del estrés. Y sus hijos e hijas también tenían la propensión a respuestas anormales ante el estrés. Para Jonathan Seckl la explicación era que los sucesos estresantes ponían en marcha un interruptor en el gen que luego era heredado.
Y si bien su trabajo podía haber concluido allí, los acontecimientos mundiales del 11-S irrumpieron de golpe en su y nuestras vidas.

Cuando el
11 de septiembre los aviones de los terroristas se estrellaron contra las torres gemelas de New York, y estas se derrumbaron, tanto Rachel Yehuda como Jonathan Seckl fueron tristemente concientes del impacto y potencia que esto alcanzaría, incluso afectando a generaciones que aún no habían nacido.
Ambos entonces se unieron para hacer un estudio de mujeres que estaban embarazadas en aquel momento, y que habían formado directamente parte de la tragedia, o bien circundaban casualmente la zona, hoy llamada cero.
Se dedicaron a estudiar los efectos que el 11S causaría en los niños que nacieran de padres que desarrollaron un trastorno de estrés postraumático como respuesta a aquel día y particularmente aquellos que habían estado expuestos en el útero.
Al exponerse a un suceso estresante la persona produce cortisol, la hormona que ayuda a regular la respuesta del cuerpo ante el estrés. Si los niveles de cortisol son muy bajos se le hace difícil hacer frente al estrés y es propensa al trastorno de estrés postraumático. Esto se comprueba en el laboratorio de análisis clínicos con un simple estudio de cortisol.

De alrededor de 200 mujeres (varias de ellas habían estado en las Torres Gemelas), la mitad desarrollaron trastorno de estrés postraumático. Y al examinarlas, descubrieron que tenían una cantidad anormal de cortisol en la saliva. Pero el descubrimiento más llamativo fue que también tal alteración del cortisol la tenían sus bebés. Comprobaron que se pueden transmitir esos efectos traumáticos, químicamente, a los hijos.

El argumento para explicar lo epigenético en los supervivientes del holocausto había sido que sus hijos tenían las hormonas del estrés anormales porque habían sido estresados al escuchar infatigablemente las historias de sus progenitores, de sus pavorosas experiencias en 1940.
Pero este no es el caso de los supervivientes del 11 de septiembre, ya que esos niños solo tenían 1 año de edad cuando el ataque terrorista ocurrió.

Y dieron cuenta, en relación al 11-S, que no solo los niños tienen unos niveles anormalmente bajos de cortisol, sino que son diferentes dependiendo de lo avanzado del embarazo de sus madres en el momento exacto llamado 11-S.

Los efectos más importantes solo se vieron en aquellas madres con estrés postraumático que estaban en los últimos tres meses de su embarazo. En cambio, en las madres con el mismo nivel de estrés, pero que estaban embarazadas de entre 4 y 6 meses, el efecto en el cortisol de su bebé fue mínimo.

Por ello no solo se trata de genética. Hay algo que es trasmitido en el último tramo del embarazo. Los síntomas de la madre tienen cierto efecto en el desarrollo del sistema de cortisol de su descendencia.
 
Si se encuentran los mismos efectos de estrés en los hijos de los niños del 11-S, entonces está claro que la memoria genética de un suceso estresante puede trasmitirse a través de las generaciones. La investigación nos indica que esto persiste en la siguiente generación. Y que la epigenética puede ser la responsable de que un suceso altere la respuesta al estrés en los niños.
La población del 11 ese será muy importante para poder seguir lo que es un único y específico suceso.
El trabajo de Yehuda y Seckl ofrece una evidencia tentadora que prueba los efectos de la herencia epigenética en humanos. Pero necesitan informes que abarquen más de una generación. La única forma de avanzar es mirar al pasado. 

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