¿Fue Albert Camus asesinado por el KGB?
Los diarios del checo Jan Zabrana recogen que el accidente automovilístico en el que murió en 1960 el premio Nobel francés fue orquestado desde Moscú por su condena a la invasión de Hungría.
"Escuché algo sumamente extraño de boca de un hombre que sabía muchas
cosas y contaba con fuentes bien informadas", anotó Zabrana en su
diario. Aquel hombre confesó que el accidente automovilístico había sido
orquestado desde Moscú. Ofreció detalles de la operación (un artefacto
segó el neumático que giraba a alta velocidad) y del procedimiento: la
orden venía del propio ministro de Exteriores, Shepílov, a quien Camus
había acusado de las muertes ocurridas en Hungría. (Acerca de la URSS,
Camus escribió en otra ocasión: "Que ese régimen concentracionario sea
adorado como el instrumento de la liberación y como escuela de la
felicidad futura..., eso es lo que combatiré hasta el fin").
Camus murió en el acto, el cráneo fracturado y el cuello roto. La carretera era recta en aquel tramo
Zabrana no dejó pistas acerca de la identidad del confidente. Su
viuda (él murió en 1984) se inclina por dos candidatos: un
checoestadounidense profesor de literatura rusa en la Universidad de
Cornell y un profesor checo en la Universidad canadiense de Waterloo. De
ellos, solamente vive el segundo, que evitó comentar la noticia.
Ganador del Nobel de Literatura en 1957, Albert Camus compró con
dinero del premio un antiguo criadero de gusanos de seda en Lourmarin,
en la Provenza. Hizo obras en el edificio, recorrió los anticuarios
locales hasta conseguir amueblarlo del todo, mandó traer un piano de
París. Convirtió el granero en despacho, y prometió al anterior
propietario que cuidaría de los olivos del jardín. A los 45 años de edad
comentó a unos amigos: "Por fin he encontrado el cementerio donde seré
enterrado".
En esa casa, acompañado de su esposa y de sus hijos gemelos, celebró
la Nochevieja de 1959. Camino de París llegaron los Gallimard (de la
familia de su editor) que le eran más cercanos: Michel, su mujer Janine,
Anne, un perro. Y a la hora de marcharse él hizo subir al tren a su
esposa e hijos, y decidió hacer el viaje con los Gallimard.
Michel condujo su Facel-Vega, Janine cedió el puesto de copiloto a
Camus. Viajaron sin prisas: visitaron a unos amigos, comieron en Orange.
Cenaron en una hospedería cerca de Mâcon, donde brindaron por el nuevo
año y por los 18 años recién cumplidos de Anne. Al día siguiente,
después de una comida ligera en Sens, retomaron el viaje. En las
proximidades de Villeblevin, un pueblito del departamento de Yonne, el
Facel-Vega se salió de la carretera de un bandazo, chocó contra un
plátano, rebotó contra otro árbol y se hizo pedazos.
Michel Gallimard falleció a los cinco días. Su mujer y su hija
salieron indemnes. Del perro no se tuvo más noticia. Camus murió en el
acto, el cráneo fracturado y el cuello roto. En uno de sus bolsillos fue
encontrado el billete de vuelta a París que no utilizaría. En el
maletero del coche, el manuscrito inconcluso de la novela El primer hombre, publicada décadas más tarde por su hija.
La carretera era recta en aquel tramo. Los peritos hablaron de
bloqueo de una rueda y de rotura de un eje. El médico personal de Camus
llegó a reconocer que el estado de sus pulmones no le habría permitido
hacerse viejo. A la luz del viaje tan casual que hiciera con los
Gallimard y del zigzagueante retorno a París podría desestimarse la
hipótesis del asesinato político. Aunque más casual y zigzagueante
podían mostrarse los servicios secretos soviéticos.
Consultado acerca del asesinato, el biógrafo Olivier Todd se resistió
a aceptar tal hipótesis. Sus investigaciones en los archivos secretos
soviéticos no arrojaron indicio alguno que pudiese alentarla. Y, si bien
un informe enviado por el Partido Comunista Argelino al Partido
Comunista Francés y de allí a Moscú consignaba: "Hay que proceder a
algunas depuraciones de agentes provocadores troskistas como Camus", ese
informe estaba fechado en 1937.
Todd reconoció, sin embargo, que los fondos examinados por él
mostraban cómo Moscú utilizaba a los checos para los trabajos sucios.
(Quizás el interlocutor de Jan Zabrana sabía de qué hablaba). Aunque
Praga era, además de campamento de reclutaciones, gran mentidero de la
guerra fría. Y por la ciudad pululaban sospechas (bastante descabelladas
algunas) que apuntaban a Moscú igual que, tres siglos antes, en torno a
la derrota de la Montaña Blanca, cundieron fantásticos rumores en
contra del catolicismo.
Jan Zabrana era lector de libros prohibidos, radioyente clandestino
de emisoras occidentales. Reconstruía detectivescamente cuanto ocurría
en el mundo. El 31 de diciembre de 1973 anotó: "Anteayer se publicó en
París el nuevo libro de Solzhenitzin, el Archipiélago Gulag. ¿Una novela? ¿Un reportaje? Hasta ahora no sé nada más. El acrónimo Gulag lo conozco del epílogo de El doctor Zhivago".
Narrador y poeta, la prohibición de publicar sus textos le dejó como
única salida la traducción literaria. Tradujo de los dos principales
idiomas contendientes de la guerra fría: a Pasternak y Mandelstam, a
Ginsberg y Plath. Su único delito consistía en descender de políticos
socialdemócratas. Sus padres fueron encarcelados al llegar los
comunistas al poder, y la casa familiar terminó expropiada. Él tuvo
cerrado el acceso a los estudios superiores (ni siquiera en seminarios
teológicos consiguió estudiar) y, recluido en el país bajo restricciones
de libros y de ideas, cada dato lejano que obtenía tuvo que resultarle
precioso.
En sus diarios calibra las equivocaciones políticas de Pound y Sartre
y Ginsberg y Eluard y Evtushenko: practica una entomología no reducida a
los ejemplos locales. Así, anota nombres de escritores cubanos
encarcelados por el régimen castrista o lamenta que no llegue de una vez
la desaparición de Franco. Esas notas versan también sobre el oficio de
traductor, la perversión política de la lengua, el envejecimiento y la
muerte. Son páginas excelentes, que lo colocan entre los grandes
escritores de diarios del pasado siglo. ("A partir de los 45 me paso la
vida escribiéndole a alguna gente para contarles cuánto los quiero. Y no
es porque los quiera, es para que no me maten", apuntó. A la misma edad en que Camus dijo encontrar su cementerio, él tuvo también cálculos de muerte).
La edición en español de estos diarios -Toda una vida,
Melusina, 2010- constituye solamente una décima parte del original
checo. Coincide en selección con las ediciones italiana y francesa, y
ninguna de ellas incluye la referencia al asesinato de Camus. Tan
extraña decisión editorial, la de dejar fuera de los extractos
traducidos una noticia así, permite suponer cuánto de apasionante habrá
quedado inalcanzable para quien no lea checo.
El final de Albert Camus como ajuste de cuentas remite a unas páginas
más imposibles todavía. No por escritas en checo, sino por inescritas:
las que habría compuesto Leonardo Sciascia, precisamente colaborador del
Corriere della Sera, con todo este asunto. Sciascia, que
dedicó un volumen al secuestro y asesinato de Aldo Moro, que investigó
los pormenores del suicidio de Raymond Roussel y la desaparición del
físico Ettore Majorana, ¡qué bien se habría ocupado de los detalles
automovilísticos de la muerte de Camus, de los rumores del espionaje
soviético en Praga, de las suposiciones de la viuda de Zabrana y del
silencio guardado por ese profesor que aún queda vivo!
Antonio José Ponte es escritor y vicedirector del Diario de Cuba.
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