EL CUENTO DE LAS PELUSAS CALIENTES
Claude Steiner
Érase
una vez, hace mucho tiempo, dos personas muy felices que se llamaban Tim y
Maggi y tenían dos hijos, llamados Juan y Lucy. Para comprender cuán felices
eran, hay que explicar cómo eran las cosas entonces.
En
aquellos días felices se les regalaba a todos, nada más nacer, una pequeña y
suave Bolsa de Pelusa. Cada vez que una persona metía la mano en su bolsa podía
sacar una Pelusa Caliente. Había mucha demanda de Pelusas Calientes porque cada
vez que alguien recibía una, ésta le hacía sentirse muy contento y abrigado. La
gente que, por alguna circunstancia, no recibía Pelusas Calientes con
regularidad, corría el peligro de contraer una enfermedad en la espalda que los
encogía y, a veces, podían incluso morir.
Entonces
era muy fácil obtener Pelusas Calientes. Cada vez que a alguien le apetecía,
podía ir a tu encuentro y decirte: "Me gustaría recibir una Pelusa
Caliente"; entonces uno metía la mano en su bolsa y sacaba una Pelusa del
tamaño de la mano de una niñita. Con la luz del día, la Pelusa sonreía y
florecía, transformándose en una Pelusa Caliente amplia y acogedora. Entonces
se colocaba encima del hombro, la cabeza o las piernas de la persona, y la
pelusa se acomodaba perfectamente, deshaciéndose contra su piel y haciéndola
sentir llena de alegría. La gente siempre se estaba pidiendo mutuamente Pelusas
Calientes y, puesto que eran gratis, no había problemas para conseguir
suficientes. Al haber para todos, las personas se sentían muy cómodas y
abrigadas la mayor parte del tiempo.
Pero
un día un brujo malo se enfadó porque todos eran felices y no le compraban
pociones y ungüentos. El brujo era muy listo e ideó un plan perverso. Una
hermosa mañana se acercó cautelosamente a Tim, mientras Maggi jugaba con su hijita,
y le susurró al oído: -"Mira Tim, fíjate en todas las pelusas que Maggi le
da a Lucy: Si continúa así va a agotarlas y no quedará ninguna para ti."
Tim
se quedó estupefacto. Se volvió al brujo y le dijo: "¿Quieres decir que no
siempre encontraremos una Pelusa Caliente en la bolsa cuando la
busquemos?" Y el brujo contestó: -"Por supuesto que no; cuando las
agotes ya no tendrás más". Y dicho esto, se fue volando, riendo y
cacareando.
Tim
se lo tomó muy a pecho y comenzó a controlar cada vez que Maggi le daba una
Pelusa Cliente a alguien. Acabó por sentirse muy preocupado, porque a él le
gustaban mucho las Pelusas Calientes de Maggi y no quería que se las diera a
los demás. Realmente creía que Maggi no tenía derecho a gastar todas sus
Pelusas Calientes con los niños y otras personas. Empezó a quejarse cada vez
que veía a Maggi dar una Pelusa Caliente a alguien, y como Maggi lo quería
mucho, dejó de dar Pelusas Calientes con tanta frecuencia y las reservó para
él.
Al
ver esto, los niños pensaron que era malo regalar Pelusas Calientes cada vez
que se las pedían o les apetecía hacerlo. También ellos se volvieron muy
cuidadosos: vigilaban estrechamente a sus padres y cuando les parecía que daban
demasiadas Pelusas Calientes a alguien, protestaban. Poco a poco comenzaron a
preocuparse por las Pelusas Calientes que daban ellos mismos. Aunque
ciertamente encontraban Pelusas cada vez que las buscaban en su bolsa, cada vez
metían menos la mano dentro y se hicieron más y más tacaños. Muy pronto la
gente notó una escasez de Pelusas Calientes y comenzaron a sentirse menos
contentos y abrigados. Empezaron a encogerse y, de vez en cuando, alguno moría
por falta de Pelusas Calientes.
Así,
más y más personas iban a comprarle pociones y ungüentos al brujo, aunque no parecían
muy efectivos. Y sucedió que la situación comenzó a ponerse muy difícil. El
brujo malvado no quería que la gente muriera, entre otras cosas porque los
muertos no pueden comprar pociones ni emplastos, así que desarrolló un nuevo
plan: le dio a cada uno una bolsa muy similar a la Bolsa de Pelusas, excepto
que éstas nuevas eran frías, mientras que, como es sabido, las auténticas
Bolsas de Pelusas eran calientes. Dentro de las bolsas del brujo había Espinas
Frías. Estas Espinas Frías no hacían que la gente se sintiera contenta y
abrigada sino, por el contrario, fría y pinchada, pero evitaban que a la gente
se le encogiera la espalda y muriera. Por lo que, desde entonces, cada vez que
alguien decía: "Quiero una Pelusa Caliente", le contestaban: "No
puedo darte una Pelusa Caliente pero, ¿quieres una Espina Fría?"
A
veces se acercaban dos personas pensando obtener una Pelusa Caliente, pero uno
u otro cambiaban de opinión y terminaban dándose Espinas Frías. Así sucedió
que, aunque muy pocas personas morían, muchas seguían desdichadas y sintiéndose
frías y pinchadas. La situación se complicó muchísimo, pues las Pelusas
Calientes, que antes solían ser gratuitas como el aire, ahora eran
extremadamente raras y muy caras. Eso ocasionó que la gente hiciera cualquier
cosa para conseguirlas.
Antes
de que el brujo apareciera, la gente acostumbraba a reunirse en grupos de tres,
cuatro o cinco personas, sin importarle demasiado quién daba Pelusas Calientes
a quién. Después de que llegara el brujo, la gente empezó a emparejarse y a
reservar todas sus Pelusas Calientes para sus parejas. Las que se descuidaban y
daban una Pelusa a alguien más se sentían culpables, porque sabían que su
pareja seguramente notaría la pérdida. Y los que no encontraban una pareja
generosa tenían que comprar sus Pelusas y trabajar muchas horas para poder
pagarlas.
También
sucedió que algunas personas cogían Espinas Frías (habían muchas y eran
gratis), las cubrían de un material blanco y esponjoso, y las hacían pasar como
Pelusas Clientes. Estas Pelusas Calientes falsificadas eran realmente Pelusas
de Plástico y aún ocasionaron más dificultades: si, por ejemplo, dos personas
intercambiaban libremente Pelusas de Plástico, se suponía que tenían que
sentirse bien por ello, pero en cambio se separaban sintiéndose mal. Y como
pensaban que lo que se habían estado dando eran Pelusas Calientes, se quedaban
muy confundidos, sin darse cuenta de que esos sentimientos fríos e hirientes
que tenían eran el resultado de haberse dado un montón de Pelusas de Plástico.
De
esta manera, las cosas se pusieron muy, muy tristes desde la llegada del brujo
que hizo que la gente creyera que algún día, cuado menos lo esperaran, no
encontrarían más Pelusas Calientes en sus Bolsas.
No
hace mucho tiempo, una adorable y robusta mujer de anchas caderas y feliz
sonrisa, llegó a ese país entristecido. Parecía no haber oído hablar del brujo,
y no le preocupaba que se acabaran sus Pelusas Calientes. Las daba libremente,
incluso cuando no se las pedían. Algunos no la aceptaban, porque hacía que los
niños se despreocuparan de que se les acabaran las Pelusas Calientes. En cambio
a los niños les gustaba mucho, porque se sentían bien con ella. Y pronto
volvieron a dar Pelusas Calientes siempre que les apetecía.
Las
personas mayores comenzaron a preocuparse y decidieron utilizar la Ley para
proteger a los niños del derroche de sus reservas de Pelusas Calientes. La Ley
convirtió en una actividad criminal dar Pelusas Calientes de manera descuidada,
sin licencia. Sin embargo, muchos niños parecían no enterarse y a pesar de la
Ley, continuaron dándose Pelusas Calientes unos a otros siempre que les
apetecía y siempre que se las pedían. Y como había muchos niños, casi tantos
como personas mayores, parecía que podrían salirse con la suya.
Hoy
por hoy es difícil adivinar qué sucederá. ¿Podrán las fuerzas de la ley y el
orden detener a los niños? ¿Irán las personas mayores a unirse a aquella mujer
y a los niños para darse cuenta de que siempre habrá tantas Pelusas Calientes
como se necesiten? ¿Recordarán Tim y Maggi aquellos días en los que eran tan
felices, sabiendo que había Pelusas Calientes en cantidad ilimitada? ¿Las
volverán a dar libremente?
Este
asunto se extiende por toda la tierra y probablemente la lucha esté llegando a
donde tú vives. Si lo deseas, y ojalá así sea, puedes unirte dando y pidiendo
libremente Pelusas Calientes, y siendo todo lo amoroso/a y sano/a que puedas.
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