Henning Mankell frente al duelo de la muerte
EL PAIS
Nueve años tenía Henning Mankell
(Estocolmo, 1948) cuando el futuro puso en él la semilla de la cara y
la cruz de lo que sería su vida. Al menos una parte esencial. La primera
lo haría consciente de su existencia en el mundo y delinearía su
identidad y destino, cuando una mañana de invierno, camino del colegio,
lo sorprendió “una certeza inesperada. Como una carga eléctrica: ‘Yo soy
yo y ningún otro. Yo soy yo”. La otra mitad de la semilla guardaba el
primer atisbo de la enfermedad que hoy está en su horizonte, cuando
estaba en un hospital con unas molestias en el apéndice y el compañero
de habitación era un hombre con cáncer terminal.
Esa fue la primera vez que el escritor sueco, que puso la novela
policiaca de su país en el mapa mundial y lo convirtió en uno de los
clásicos contemporáneos del género, escuchó esa palabra que 57 años
después lo tocaría a él de manera contundente. Una pesadilla. El 16 de
diciembre de 2013 sufrió un accidente en su coche, el día de Navidad se
despertó con lo que pensó era una tortícolis, en los días sucesivos el
dolor se extendió de manera extraña, el 8 de enero de 2014, de una
mañana fría y nevada, fue al hospital y tras unas radiografías le
diagnosticaron un tumor cancerígeno en el pulmón izquierdo con
metástasis en la nuca. Los siguientes diez días fueron devastadores para
su ánimo. Conoció el pavor. Creyó hundirse. Hasta que emergió con la
idea de afrontar la enfermedad, de no dejarse vencer y de contar ese
duelo con la muerte desde la perspectiva de la vida.
Arenas movedizas es el título
que le puso Mankell a ese libro que reúne sus vivencias y que edita
Tusquets (traducción de Carmen Montes Cano), el sello que ha publicado
todos sus libros. Allí enfrenta el horizonte de la muerte creando el
arco de algunos de los primeros hallazgos que han marcado su existencia
personal y colectiva. No es un libro filosófico ni de autoayuda, aunque
esté esparcido de preguntas esenciales de siempre, sino que a partir de
ellas recuerda que la vida de cada uno está llena de historias luminosas
o sombrías, cuentos o novelas según se quiera, que nos conectan con el
mundo.
Y, claro, al estilo de Mankell, hay una denuncia política y social
sobre el legado que dejaría esta civilización a la humanidad: No será
Rubens, ni Shakespeare, ni Beethoven, sino los residuos nucleares
enterrados en el fondo de alguna montaña sueca jugando con la memoria de
las siguientes generaciones, con el riesgo paradójico de que, afirma
Mankell, el último recuerdo que deje el ser humano será ése: "Que nadie
recuerde nada. Lo último que dejaremos detrás de nosotros es algo que
escondemos para que nadie lo encuentre”.
Arenas movedizas es la vida como un rompecabezas de
historias que entretejen en silencio el porvenir de una persona.
Empezando por el título, Mankell cuenta cómo le aterraba, desde niño, y
durante sus periplos por el mundo la idea de ser engullido por una de
esas arenas pero luego descubre la verdad que las rodea, todo mito. Y en
este caso, frente a la enfermedad que parecía engullirlo sale de allí
al aferrarse a los recuerdos, al repasar su vida: “Puede que no me
atreviera a pensar en el futuro. Era territorio incierto, minado. Así
que volvía continuamente a la infancia”, escribe en el libro. Y también a
su adolescencia y a su madurez, a sus momentos estelares.
Entre las obras de Henning Mankell destaca la serie policiaca del
inspector Kurt Wallander, traducido a 40 idiomas, que inició en 1990 con
Asesino sin rostro. En sus novelas, narra dramas humanos en
los que advierte problemáticas sociales o políticas de su país o de
Europa. Una mirada a la cual ha contribuido su presencia en África desde
1973 cuando fue por primera vez.
Con todo eso ha creado este libro-testimonio. Una procesión de
episodios de primeras veces y sus sombras. Un espejo retrovisor, como él
lo llama, en el que mira atrás para seguir avanzando
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