Cuando muere un hermano.
Foto © Hirimotu
Dolor de hermano
He
llorado junto a mis hijos la muerte de Martín. Hemos compartido ese dolor
lacerante, incomprensible. Pero lo hemos compartido desde una experiencia
vivencial distinta: yo había perdido un hijo, ellos a su hermano.
¿Qué
pierde quien pierde a un hermano contemporáneo?
Pierde
a un compañero de juegos; quizá deberá mirar sin comprender la cama vacía y
su ropa dormida en el armario que
compartían. Pierde un lenguaje común hecho de frases, travesuras y secretos.
Pierde esas charlas, que de cama a cama se daban, riendo de ocurrencias e
ingenuos proyectos mientras los acallaba el sueño. Pierde un amigo
incondicional que se jugaba por él en los recreos del colegio o en rencillas
juveniles. Pierde a quién, solidario, comprendía su llanto. Quizá deberá
ahora caminar solitario por calles que antes recorrieron juntos. Su hermano se
llevó los testimonios de una etapa. Muchas escenas, dolorosas y felices, sólo
a él, lo tuvieron por testigo. Ya no podrá dialogar esos momentos que para los
demás, serán solo un tierno relato.
El
sentimiento, de difícil expresión, es de profunda tristeza. Tristeza y
soledad. ¡Cuantas cosas mueren en una sola muerte!
La
otra parte de esta desdicha, tiene como protagonista a una niña de seis años
que pierde a su ídolo. Ese hermano joven que la asombraba con su destreza y su
cariño. Ella también compartió juegos y travesuras con él, y las fotos
compartidas hablan de un inmenso
amor. Seguramente lo pensaba inmortal. De la mano de su hermano, la vida
transcurría feliz y protegida. Su desazón fue tremenda, su incomprensión no
tuvo límites, como no tuvo límites la alegría de tenerlo y disfrutarlo. Hoy
cuenta escenas convividas que nosotros ignorábamos. Hoy guarda el recuerdo en
su corazón, y adorna primorosamente las fotos que los muestran juntos, y las
conserva muy cerca de su diario vivir.
¿Qué
queda por delante? Una vida. Una vida que se irá poblando de proyectos que no
tendrán hoy el apreciado apoyo y la sincera y acompañada alegría.
¿Quién
queda en casa? Dos padres abatidos que no pueden atender su dolor de hermano,
porque sus propios dolores los anulan.
Martín
fue importante, muy importante, y lo seguirá siendo sin duda. Hoy esos hermanos
vivos sobrellevan su dolor con discreción casi anónima, porque las lágrimas y
las flores no son para ellos.
Mañana
querrán contarle a sus novias, a sus parejas, a sus propios hijos quien era ese
chico con quien compartieron tantas vivencias plasmadas en fotos y en
imborrables recuerdos. ¿Cómo se cuenta el amor? ¿Es posible contarlo? Quizá
sólo en parte. El amor por Martín ha quedado dentro de ellos, como ha quedado
dentro mío. En eso sí, nos parecemos. Cada uno, como padres o hermanos,
atesoramos momentos irrecuperables, que son imágenes de una aciaga vida, que no
pudo seguir siendo vida.
Sólo
nos resta extrañar, de distinto modo, claro, a quien todos, todos, quisiéramos
seguir abrazando.
Los padres que hemos
perdido hijos, encontramos en los grupos de autoayuda, el remanso y la comprensión
necesaria para continuar nuestros caminos.
Los grupos para hermanos pueden
resultar igualmente beneficiosos para ellos.
Si bien son aún una asignatura pendiente de difícil concreción, no
debemos claudicar en el intento de lograrlo.
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