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Escribir
sobre la historia implica investigar. Como médico
epidemiólogo, sé que dicha investigación
puede llevarse a cabo desde dos perspectivas: una cuantitativa,
basada en la revisión de datos estadísticos,
censos o números de registro que a veces se interpretan
a criterio de quien los lea; y otra cualitativa, mucho más
cercana, basada en el testimonio oral de las personas que
vivieron aquel suceso en cuestión. Quizá por
todas las anécdotas que me contara mi abuelo, de
siempre he preferido la segunda.
De entre tantas vivencias suyas hubo una que llamó
especialmente mi atención: la de los llamados "niños
expósito". Aquellos pequeños que, como
él, eran abandonados por sus familias a la puerta
de una iglesia otorgándoles en su defecto el citado
adjetivo por apellido. Y así, siendo apenas un chaval,
empecé a interesarme por el origen de esa palabra
que desde entonces formara parte de nuestro linaje.
De entre las mil interpretaciones que se han dado al término
Expósito hay una que nos remite al Imperio romano.
Allí el paterfamilias, amo absoluto de su casa, podía
ejercer el derecho ius exponendi de la potestas patria consistente
en sacar de su hogar al hijo no deseado, dejándolo
fuera para que muriese o hasta que alguien finalmente lo
acogiera. De ahí el origen probable de un término
(Ex pósitus, puesto fuera) que como describiera Tertuliano
"es ciertamente más cruel que matar... abandonando
a los críos a la intemperie y al hambre de los perros".
Durante siglos ser un "expósito" supuso
una especie de estigma de por vida cuyo obstáculo
no era tan fácil de superar. Al abandono, la vergüenza
y la pérdida consiguiente de identidad se sumaba
en ocasiones un desprecio social, tan injusto como cruel.
"¡Cunero, hospiciano, inclusero!". Niños
que se burlan de otros niños; así lo contó
mi abuelo.
A fin de minimizar los efectos negativos que tal circunstancia
pudiera suponer, el monarca Carlos IV decretó la
"legitimidad para los efectos civiles de todos los
expósitos del Reino", de manera que a pesar
de su origen ilegítimo fueran considerados "como
hombres buenos del Estado llano". Así les concedía
la misma dignidad que a los reconocidos por sus padres,
regulaba la igualdad de trato ante la ley, permitía
que fueran "admitidos en colegios de pobres, sin diferencia
alguna", e incluso establecía castigos para
quien los injuriase por el hecho de haber crecido en una
inclusa "teniéndolos por bastardos, espurios,
incestuosos o adulterinos, aunque no les consten estas cualidades".
Paralelamente, en los propios orfanatos se habilitan fórmulas
alternativas como la de poner a los niños el nombre
del santo del día, el de la persona que le hubiese
encontrado o el de aquella que ejerciera las labores de
tutor. Incluso muchos deciden cambiarse de apellido. Sin
embargo hasta el año 1921 la ley no establecerá
expresamente que estos expedientes sean gratuitos, limitándose
con ello tal opción.
En el año 1958 el reglamento del Registro Civil,
en su artículo 191, obliga a las madres solteras
a colocar un nombre para el padre de la criatura con el
objetivo de "salvar su decoro". Finalmente, en
julio de 2005, el Consejo de Ministros aprueba la nueva
regulación sobre filiación cerrando desde
el punto de vista legislativo esta larga historia de desavenencias
e incomprensión.
Aun asumiendo su evolución en el tiempo y que hubo
personas que lo cambiaron por otro, se estima que en la
actualidad casi 12.000 españoles comparten este apellido,
destacando algunas provincias como Lugo o Jaén en
las que llega a ser uno de los cien más habituales.
Se estima que a lo largo de su historia sólo los
tres hospicios de la provincia de León acogieron
a unos 50.000 huérfanos, muchos de los cuales salieron
de ellos llamándose Expósito. |
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Antiguo Hospicio de Guadalajara
(España), inaugurado en 1810 con 66 niños
pobres
"a quienes se proveyó de vestido, calzado,
techo, alimentos y educación".
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Las Casas de Expósito |
La llamada "exposición
de niños" fue una práctica habitual
en España hasta la primera mitad del siglo XX.
Generalmente se trataba de recién nacidos que en
un contexto de pobreza o rechazo social para la madre
eran abandonados a la puerta de una iglesia. Desde ella,
y una vez inscritos por el párroco en el registro
bautismal como "hijos de padres incógnitos",
los chiquillos eran trasladados a la "Casa cuna"
o "Casa general de Expósitos" de la ciudad,
donde eran acogidos. A veces ese traslado resultaba largo,
"de treinta y más leguas, y aun de cincuenta
y sesenta", y se hacía en condiciones precarias.
Así, según recoge el tratado "Discurso
político sobre la importancia y necesidad de los
hospicios" (1798), de D. Pedro Joaquín Murcia,
"aunque los caudales públicos hayan costeado
la conducción desde el Pueblo, donde se han hallado
las criaturas, hasta la capital, ésta ordinariamente
ha sido de un modo inhumano, llevándolas a sus
espaldas algún hombre en alforjas, o en un corvo
o cesto, sin lactarse en el camino… yendo sumergidas
en sus inmundicias y en sus lágrimas, de modo,
que casi todos han muerto, y era preciso que muriesen".
La aceptación social de esta práctica parece
generalizada. La ley establece que "haya en cada
distrito una de estas casas con torno para los muchos
niños que se exponen, a fin de tener la mujer la
libertad de depositar en él a su hijo sin ser vista
por la persona que lo reciba". Según detalla
el Dr. Pablo A. Croce, dicho torno "era un mueble
giratorio de madera compuesto por una tabla vertical,
cuyos bordes superior e inferior estaban unidos como diámetros
a sendos platos. El conjunto tapaba completamente un hueco
hecho ex profeso en la pared externa. Cuando alguien depositaba
sobre el plato inferior un bebé y hacía
sonar la campanilla que acompañaba el artefacto,
un operador desde adentro giraba el dispositivo y el bebé
ingresaba a la casa". La madre mantenía así
el anonimato dando a su retoño la oportunidad de
seguir vivo (en unas condiciones que necesariamente suponía
mejores), evitando con ello que cualquiera le juzgara.
Los registros de ingreso dispuestos en el torno desvelan
que muchos chiquillos eran dejados con alguna señal
que los pudiese identificar (pañuelos, mantillas
o medallas, apuntes escritos en papel, etc.) en la esperanza
de poder rescatarlos cuando la situación de las
madres mejorase.
Dependientes básicamente de rentas públicas
y donaciones para la beneficencia, las "Casas de
Expósito" pretendían cubrir las necesidades
fundamentales de aquellos niños proporcionándoles
un hogar, una educación y en lo posible unas aptitudes
profesionales que les permitieran en el futuro valerse
por sí mismos. De una plantilla vinculada con frecuencia
a alguna orden religiosa, destacan su administrador, los
celadores, las llamadas "amas de leche" encargadas
de amamantar a los lactantes, las "amas de cría"
responsables de su crianza, el médico a quien por
ley se le exige "reconocer, vacunar… y hasta
colocar en aislamiento a los que padezcan coqueluche,
garrotillo, sarampión o sífilis", los
"maestros de oficio" pendientes de la formación
de los chavales… Y es que éste, precisamente,
era otro de sus objetivos añadidos: la capacitación
laboral. Así, a modo de ejemplo, cuando el virrey
Juan José de Vértiz y Salcedo funda en el
año 1779 la "Casa de los niños expósito"
de la ciudad de Buenos Aires decreta que se instale en
ella una imprenta "con el doble propósito
de obtener recursos para el sostenimiento de la misma
y enseñarle un oficio a los niños varones".
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El
mito del niño abandonado convertido en héroe
de su comunidad se repite con frecuencia en la Literatura:
Hércules, Edipo, Rómulo y Remo, Moisés,
Arturo, Lanzarote, París… Analizando las razones
para dicho abandono encontramos un abanico de posibilidades:
la humillación de la madre ante ese nacimiento por
ser soltera, viuda o mediar otra circunstancia que mancille
su honra, porque el pequeño suponga una amenaza para
alguien, por requerir una protección o educación
superior, etc. Un rasgo propio de este arquetipo mítico
es que el niño-héroe acabará convirtiéndose
en un hombre extraordinario que, paradójicamente,
ha sido ayudado por personas que rebosan sencillez. |
El mundo de los libros muestra otros ejemplos de niños
expósito. En la obra "El negro más prodigioso",
de Juan Bautista Diamante, Filipo detalla cómo fue
arrojado al Nilo para que un anciano le rescatara y predijese
su heroico porvenir. El escritor inglés Henry Fielding
se refiere en esos mismos términos a su célebre
personaje Tom Jones. Al igual que el estadounidense Ray
Bradbury con respecto a Timothy, su entrañable protagonista
en la novela "De la ceniza volverás".
Según supe por mi abuelo, en aquel hospicio en el
que creció nunca faltaron los cuentos. Se los contaba
pausadamente un monje, en ese lapsus de tiempo que discurre
entre la cena y las oraciones de antes de dormir. Entre
todos había uno que especialmente le emocionaba:
el de "la casita de chocolate", de los hermanos
Grimm, donde sus dos chavales protagonistas eran abandonados
en el bosque por sus padres. Quizá por ello, y desde
un ejercicio de proyección infantil, siempre pensó
que -como Hansel y Gretel- acabaría reencontrándose
con ellos y su historia tendría un final feliz.
Por eso en mi libro
"Mi planeta de chocolate" (Ediciones Irreverentes),
y en homenaje a mi abuelo por contar tantas vivencias, aparece
Benito Expósito Expósito; ese pequeño
inspirado en su persona, que abandonado a las puertas de
un convento superó mil y una vicisitudes amparado
por una máxima: "cuando debas elegir entre dos
opciones toma siempre la que tenga chocolate".
Benito, además de "niño expósito",
vivió los estragos de la guerra, del hambre, de la
huída, hasta acabar exiliado en México como
uno de los llamados "niños de Morelia".
Sin duda, otra página de nuestras vidas merecedora
por sí sola de una investigación… Si
bien, como diría mi abuelo, "esa historia la
contamos otro día". |
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"Los niños expósitos en tierras de Zamora durante el Antiguo Régimen. Revista Folklore Edición digital nº 364 | |
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Buenas tardes desde León:
ResponderEliminarSoy Manuel Cortés Blanco, médico, psicólogo y escritor, autor en su totalidad del artículo que exponen en su blog, titulado "Del estigma al mito: los niños expósito" y publicado en formato digital en la web de Ediciones Irreverentes (apartado de reportajes) y en formato papel en la revista Cambio16 (2 de agosto de 2010).
En primer lugar quisiera agradecerles sinceramente que lo hayan reproducido, dado que en mi opinión es un tema interesante; me siento halagado por ello. En segundo lugar, quisiera pedirles que corrigieran su autoría, dado que la primera parte se atribuye a un autor que no soy yo, y la referencia final a una revista en la que no está publicado.
Reiterando mi agradecimiento y quedando a su disposición, reciban un cordial saludo.
Manuel Cortés Blanco.
http://manuelcortesblanco.blogspot.com