Manual de moribundos
Desde su experiencia y sin florituras literarias, Iona Heath defiende con lucidez la naturalidad de la muerte
Es un librito mínimo, apenas 126 páginas de un pequeño volumen de
bolsillo con mucho espacio blanco alrededor del texto, y además una
veintena de esas páginas son de notas. Pero he tardado varios días en
acabarlo, porque cada pocos párrafos tenía que pararme a digerir.
No es un libro fácil de leer.
Hace falta haber vivido mucho, haber visto mucho (es decir, muchas muertes) para llegar a una sabiduría tan desnuda
Y no lo es no sólo por la densidad del pensamiento, sino también por
los ecos reverberantes que suscitan sus líneas, por el miedo y la pena y
la maravilla, por los recuerdos y por las verdades esenciales que una
siente que roza con la punta de los dedos mientras lee este ensayo.
Es un texto que trata de la muerte.
Es decir, de la vida. Lo expresa muy bien su autora en uno de esos
pensamientos formidables que te hacen cerrar el volumen y rumiarlos un
rato: “Morir es parte de la vida, no de la muerte; hay que vivir la
muerte”. Es una frase que define a la perfección lo que es este libro:
esa sencillez, esa sustancialidad, ese peso categórico de unas ideas que
parecen estar talladas en piedra. Hace falta haber vivido mucho, haber
visto mucho (es decir, muchas muertes, puesto que ese es el tema de este
ensayo) para llegar a una sabiduría tan desnuda. El texto de Iona Heath
(de la doctora Iona Heath,
como se encarga de poner, significativamente, en la portada del libro)
carece por completo de florituras literarias. Yo diría incluso que
carece ferozmente de ellas, como si la autora se hubiera empeñado en
limpiar los párrafos de todo adorno superfluo, en dejar sus palabras
reducidas al puro hueso, un esqueleto blanco; o como si el afán
estético, en un tema como este, tuviera algo de sucio, algo de indigno, y
supusiera una traición a sus muertos, o sea, a los pacientes que ella
vio agonizar.
Porque Iona, ya está dicho, es, sobre todo, una doctora. Es inglesa y
en su biografía no viene su fecha de nacimiento, fastidiosa y tópica
omisión que me irrita bastante y que parecería demostrar que, pese a su
indudable lucidez, a su madurez existencial y su hondura humana, Heath
padece tontas coqueterías y problemas con el paso del tiempo como todo
el mundo. Sí dicen que empezó a trabajar en la medicina generalista en
1975, así que debe de tener sesenta y pocos años. Este libro, Ayudar a morir,
es el compendio de todo lo que ha aprendido en casi cuatro décadas de
frecuentar la frontera de la Oscuridad. “Escribo para encontrar mi
camino”, dice Iona, y con estas palabras empieza su texto. Interesante
arranque: su camino a través del enigma de la agonía de los otros,
porque morir siempre es difícil y monumental y complejo. Y su camino
hacia su propia finitud. Porque de lo único de lo que podemos estar
seguros en esta vida es de que todos llegaremos antes o después a eso.
Fue Alejandro Gándara,
que actualmente está escribiendo un ensayo sobre la muerte que estoy
deseando leer, quien me recomendó este libro. Se lo agradezco: es una
obra que te deja la sensación de haber aprendido algo de verdad
necesario. “¿Por qué son tan pocos los pacientes que tienen lo que se
calificaría como una buena muerte?”, se pregunta espeluznantemente Iona
Heath; y lo de espeluznante viene a cuento porque ella, claro, sabe de
qué habla. Es una especialista que conoce lo difícil que es ese tránsito
final. Esa parte de la muerte, que es la agonía, es la que tenemos que
vivir; y cada día no sólo pensamos menos en ella, sino que además la
negamos y ocultamos. Y así, la muerte se ha convertido en una suerte de
anomalía. O como dice Heath: “Hablamos constantemente de muertes
evitables, como si la muerte pudiera prevenirse en lugar de posponerse”.
La gente fallece en los hospitales, rodeados de máquinas y de
profesionales sanitarios que no les conocen y que les tratan más como
una cosa o un caso (un enfermo terminal) que como la persona que son.
Sin ser en modo alguno un libro religioso, tiene algo que roza lo sagrado, el respeto al misterio de morir, la pureza del dolor
“La negación contemporánea de la muerte impone agobios adicionales
tanto a médicos como a pacientes”, dice la autora. Y explica que un
estudio realizado en un hospital de casos críticos en Estados Unidos,
reveló que el 55% de los enfermos con demencia senil murieron con los
tubos de alimentación forzada aún puestos. Heath menciona unas palabras
formidables de B. Keizer: “Uno de los encuentros más desafortunados de
la medicina moderna es el de un anciano débil e indefenso, que se acerca
al final de su vida, con un médico joven y dinámico que comienza su
carrera”. Y añade otra cita aún más demoledora de C. Ricks: “En Estados
Unidos hoy es casi imposible morir con dignidad a menos que se trate de
una persona pobre”.
Heath usa muchas citas, pero enhebradas con el propio texto,
depuradas, hechas carne, ese tipo de citas recogidas a lo largo de toda
una vida que terminan convirtiéndose en puntos cardinales de la
existencia. Con sus propias palabras y con las de otros, Iona Heath
intenta acercarse a lo que puede ser una buena muerte. En tu casa, con
tus seres queridos. Construyendo una narración de la propia vida.
Incluso quizá con algún dolor, aventura Heath, si el paciente sabe que
puede controlarlo si lo desea con sólo pedir más analgesia: “Por lo que
parece, todas las cosas contra las que luchamos, el dolor, la enfermedad
y el envejecimiento, son, en cierto modo, las cosas que hacen posible
la muerte”. El estilo austero y epitafial de Heath termina adquiriendo
cierto aroma litúrgico. Sin ser en modo alguno un libro religioso, tiene
algo que roza lo sagrado, el respeto al misterio de morir, la pureza
del dolor. Y el anhelo de la serenidad final y la aceptación. “A medida
que se envejece se van sufriendo más pérdidas, sobre todo de seres
queridos, y cuando la gente perdió a muchas personas que le resultaban
importantes se le hace más fácil morir. La muerte de los otros abrió el
camino, y en ese sentido los muertos ayudan a los vivos a morir. Tal vez
cuando los muertos superen a los vivos estos puedan acompañar a
aquellos, y tal vez sea por eso que a los jóvenes les cuesta tanto
morir”. Un libro seco, revelador y distinto.
Ayudar a morir. Iona Heath. Editorial Katz. Madrid, 2008. Traducción de Joaquín Ibarburu. 126 páginas. 13 euros.
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