Diario de un enfermo terminal: 'Creí que tendría miedo, pero no'.
Antonio Segura, el pasado 18 de noviembre, en su habitación del hospital. |
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Antonio Segura falleció el pasado domingo tras tres semanas en cuidados paliativos
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EL MUNDO ha recogido el testimonio de sus últimos días, su legado de vida y de muerte
'La muerte es lo más natural. Hay que irse sin traumas', afirmó en su habitación del hospital
JOSÉ AYMÁ
Tenía 69 años recién cumplidos, una mujer de la edad primera, tres
hijos, tres nietos, dos pulmones comidos por el cáncer, el candado de la
morfina, los días contados y ningún miedo.
Ningún miedo a derrumbarse.
Ni a las despedidas.
Ni a hablar de su muerte después de muerto.
A lo largo de dos semanas, este periódico ha recabado el testimonio de Antonio Segura Cabral,
un enfermo terminal en cuidados paliativos que sabía que se estaba
muriendo y decidió romper un tabú: el de hablar de la muerte en España.
No busquen lágrimas en su relato. Ni escenas de agonía. Ni estertores
íntimos. Sólo a un hombre incalculable. Desgranando un testamento ético
por vez primera en un periódico.
-¿Nos vemos el lunes, Antonio?
-Yo creo que no.
-Bueno, te llamo antes de venir.
-Noto el deterioro de un día para otro, de la mañana a la tarde, de
una hora a otra... Supongo que me sedarán. Les dije que lo único que me
preocupaba era morir con sensación de asfixia. Me han dicho que no
sentiré nada. O sea, que estoy tranquilo.
-¿En qué piensas ahora?
-En la suerte que tengo... Espero que a alguna persona le sirva todo lo que te voy a contar.
Antonio falleció en paz el pasado domingo a las
18.10 horas, después de cinco largas tardes de conversación. Este
cronista recuerda la suavidad del último beso. También cómo de fuerte da
la mano un hombre que sabe que no te verá más.
-Sigo sin entenderlo.
-Es muy sencillo. De alguna manera te rindes. No se siente miedo. Ni
angustia. La muerte es lo más natural de la vida. Hay que irse sin
traumas. No quiero dramatizaciones entre los míos. Sino que recuerden lo
positivo.
Esta es la vida explicada por él pero sin él.
Martes 11 de noviembre
Hospital Centro de Cuidados Laguna. Madrid. Planta primera. Habitación 113. Nada más entrar a la derecha, Antonio está
sentado en la cama en un ángulo de 45 grados, semiincorporado, como uno
de esos heridos de las películas. Por la ventana hay un sol de postal
de otoño que destila una luz de melocotón.
El paciente es una extraña mezcla de fragilidad y de resistencia. Pilar, su esposa -sin la cual no se explicaría Antonio-,
hace las presentaciones y nos deja a solas. Al periodista le llama la
atención uno de los objetos y lo coge. El paciente bromea y se disculpa:
tiene prensa de la competencia en la mesa.
-Míralo por el lado bueno: se le va a morir un lector al ABC. Y no a vosotros.
Reímos. Antonio, con el sonido de un motor gastado.
Eso será una constante durante todos estos días: la risa ahogada de
Antonio, como esas salvas de confeti que no dejan ver las nubes.
"El puntito. Todo empezó cuando vi el puntito en la placa. Llevaba
tiempo encontrándome muy cansado, con síntomas extraños, sin apetito, me
daban tiritonas. En abril de 2013 me mandaron unas pruebas y allí
estaba el puntito. Me senté frente al médico y le dije que fuera al
grano, que no me viniera con historias. Así supe lo que tenía: cáncer".
Y entonces hablamos de cuando nació en Olivenza y de sus paseos en bici por Salamanca con su hermano detrás, de cómo se casó con la mujer de su vida en los 70 y de su carrera de ingeniero naval, de su estancia en Bilbao y del puerto refugio de los hijos.
No hay marejada ni tormenta en Antonio. Sorbito a sorbito, se va tomando el zumo. Y se bebe la vida.
-¿No te lo terminas?
-No.
-Si quieres más te lo acerco.
-Ya me lo cojo, no te preocupes.
-Vale.
-Hay que hacerme de todo. Pelarme la fruta, asearme, sacarme a
pasear, llevarme al baño... En sólo una semana he notado que la curva va
hacia abajo rápidamente. Pero por alguna extraña circunstancia me lo
estoy tomando con deportividad. A mí me ayuda muchísimo la fe: estoy muy
esperanzado con que, cuando esto acabe, me voy a encontrar con algo
plenamente satisfactorio. Creo que Dios me está dando fuerzas. Para los
creyentes es más fácil: como cruzar una puerta. Pensaba que iba a tener
miedo, pero no. Pensaba que iba a estar enfebrecido con la angustia,
pero tampoco... He elegido no aislarme. Sino disfrutar de todo y de
todos: de la familia, de los amigos, de esta conversación... Cuando
termina el día, acabo agotado de vivir. Pero me encuentro mejor que
nunca. No me duele nada. Siento mucha paz.
La máquina del oxígeno burbujea como un guiso a fuego lento. La
morfina no hace ruido, pero entra en su torrente sanguíneo cada cuatro
horas. Las manos enjutas de Antonio son sarmientos vivísimos. Señalan algo. Entonces viene un prolongado silencio.
-¿Qué miras?
-¿Cómo es posible que esté muriéndome y disfrute tanto de esta luz y de estos árboles?
-Ya -sonreímos con él-.
-Dime tú, ¿por qué tiene uno que estar muriéndose para disfrutar de esto? No fastidies... No fastidies.
Miércoles 12 de noviembre
"No me gusta ser sensiblero, pero hoy me he despertado a las 5.40 y me he sentado en la cama a ver a mi hijo Javier, que dormía en el sofá-cama de al lado. A oscuras. Le he estado mirando una hora".
El tiempo se escurre entre los dedos. El tiempo tiene una connotación distinta con Antonio,
donde reloj son cinco letras sin sentido. El tiempo es una ola que
viene y te derrumba el castillo de arena que has estado horas
levantando. Siempre el tiempo. Dice Antonio que le "falta tiempo". Que él nunca ha sido de madrugar y que ahora sí. Al alba, con las primeras luces, se encienden sus ojos.
"En el verano empezamos con nuevas sesiones de quimio porque la
mancha había crecido. Notaba que iba a peor. Me fui a ver a la doctora: 'Blanca,
yo no pongo objeción a nada. Pero si hay muy pocas posibilidades yo no
quiero este final'. Ella se sintió aliviada: 'Pues sí, en este momento
la quimio te va a hacer más daño que bien. Se acabó la quimio'. Y desde
entonces ya supe que empezaba el final. Aquí llegué a últimos de
octubre. No vienes a curarte. Sino a lo más difícil de todo: a morir".
Pilar le dice que sonría para la fotografía, que
está "más guapo" cuando lo hace: tiene que renovar el DNI en breve y la
almohada blanca hace las veces de fondo de fotomatón.
-No te gustan las fotos, eh.
-Me han dado la cita para el carné de identidad el 4 de diciembre y ni siquiera sé si estaré vivo entonces.
Hoy no ha abierto la biografía de Isabel La Católica que se está leyendo. A primera hora ha venido su hermano, José María,
con quien deletreó la infancia y el mundo. A una enfermera le dice que
tienen un baile pendiente. Ha tomado unas notas. Estrena pijama.
"Ya nadie se asusta cuando me oye hablar así. Decir que estoy
disfrutando. Encarar la muerte como si no fuera algo prohibido. Porque a
lo mejor mañana no estoy, pero me estáis regalando momentazos
increíbles. Creo que perdemos el tiempo con tonterías. De verdad. He
empezado a pedir perdón a todos los que me rodean. Me indigno con cosas
que he hecho mal. Vivir es menos complicado de lo que pensamos. También
morir. Una cosa tengo clara: no sé cómo nunca nos podemos creer más que
los demás, si no somos nadie".
Hay quien dice que somos lo que hacemos; otros, que somos lo que leemos. Si somos conforme a los objetos que nos rodean, Antonio es
una agenda, una linterna, un frasco de colonia, un abanico, los
retratos de los nietos, una imagen de la virgen, un libro y un barquito
de papel que su amigo Luis, ingeniero naval, le ha regalado a este niño de 69 años.
-¿Algún objeto más?
-Bueno, tengo una botellita de vino de La Rioja ahí guardada -sonríe, sonreímos, otra vez el confeti de Antonio-.
Cuando puedo, me tomo un dedito para comer, sólo un dedito. Hay que
conservar los placeres que pueda hasta el final. ¿Quieres un poco?
Al final brindamos. Hasta la borrachera brindamos.
Con agua.
Jueves 13 de noviembre
En La 2 hoy han puesto un documental de los osos polares con el que Antonio
se ha puesto a hibernar un rato, como el plantígrado de la televisión.
La siesta, que antes era una herejía, ahora es un narcótico y una
liturgia.
"Les digo que esto se acaba. Lo noto. Me han dicho que no será una
asfixia agónica, sino un tránsito suave. No sentiré nada. Tendré tantos
fármacos paliativos que el cuerpo no responderá. Todos los papeles están
más o menos arreglados. Lo que tengo que hacer ahora es gozar de todo".
Gozar del amigo de la planta de arriba, al que va a visitar cuando
puede. "El hombre se emociona mucho. Y eso que parecía que era yo el que
iba a durar menos. Estamos donde estamos. Y eso hay que asumirlo".
Gozar de la memoria. "El colegio de los maristas estaba en la otra punta de Salamanca. Cada dos por tres mi hermano y yo hacíamos barrabasadas. Te cuento algunas...".
Gozar de las visitas y de las despedidas: "Cada día es una sorpresa. Hoy me ha llamado el ministro Pedro Morenés, con quien trabajé un tiempo, que se ha enterado de lo mío".
Gozar de los cinco sentidos: "Todavía mantengo el apetito, pero me
estoy frenando, porque cada vez tengo más problemas para ir al baño.
Cada cosa que como es como si me hubiera tragado una vaca".
Gozar de esta charla: "¿Ya te vas?".
Antonio tiene más dificultades al respirar. Como
esos ciclistas cabeceantes que a medida que ganan altura pierden pie.
Pero aprieta los dientes y da pedales.
Hace ya 10 días, cuando se encontraba ostensiblemente mejor, la doctora le miró a los ojos y le hizo una pregunta definitiva: "Antonio, ¿tienes que volver a casa por algo? ¿Es indispensable que regreses para alguna cosa? Dínoslo ahora".
"Le contesté que no... Entonces ya sabes por dónde va la pregunta.
Sucederá aquí. Está bien: necesito que sepan mil veces lo bien que me
encuentro, lo feliz que soy".
Pilar nos acompaña hasta el ascensor. Y nos habla de los nietos. Y de qué buen paciente es Antonio, que nunca quiere molestar. Y a Pilar
no le da la gana de llorar, sino de reír. Y recibe un beso
-bienintencionado y paliativo- que a buen seguro no palia nada. Y habla
como si ella diera ánimos al visitante y no al revés. Qué cosas. Por qué
será que ninguna revista saca jamás a una mujer tan relevante como ella
en su portada.
Martes 18 de noviembre
-¿Cómo estás hoy, Antonio?
-Se me va la vida. Noto que se me va. Pero de ánimo sigo
relativamente bien. Tanto que a veces me pregunto: "¿Y no seré un
insensato?".
-¿Qué tal ha ido el fin de semana?
-Ha sido muy malo. No podía con nada. Ahora me encuentro mejor.
Siempre que amanece me digo: aquí empieza otro día. A ver si lo termino.
-¿Quieres que hablemos?
-Claro que quiero.
Entre el sábado y domingo apenas ha comido media croqueta y algo de
fruta. Calcula que ha perdido ocho kilos en esta última etapa, pero
nunca se ha sentido tan pleno. Antonio se alimenta de abrazos. Abrazos
grandes y calientes, esféricos, como tortas de pan recién hechas.
Un corazón con miga. "Soy un privilegiado. Hay mucha gente en
circunstancias más jodidas que yo. Aquí hay una paciente joven, con tres
criaturas, se va a casar en paliativos. Yo la he visto aquí con los
niños haciendo los deberes. Ella no ha cerrado su vida, pero yo ya la he
cumplido... Sí, he sido un privilegiado. He vivido bien. Tengo tres
hijos maravillosos que me adoran. Una mujer increíble. En este hospital
me han tratado con gran generosidad. Todo eso me reconforta, me
tranquiliza".
Antes de entrar, Pilar nos advierte: "Este fin de semana han muerto cuatro. Pero Antonio no lo sabe. No le digáis nada para que no se disguste".
Nada más entrar, Antonio nos aclara: "¿Sabes? Este
fin de semana han muerto cuatro... Pero es que el fin de semana anterior
murieron nueve. Nacemos para morir. El que no entienda eso no entiende
nada".
Viernes 21 de noviembre
Hay una quietud de portazo recién dado en el pasillo según avanzamos.
Y algo heroico en el hombre que nos recibe a pesar de todo.
Incorporándose en un esfuerzo épico. Hace tres días que no venimos, pero
parecen tres semanas.
-Tenemos 10 minutos.
-Lo que mandes.
"Hoy le he dicho a Pili que me limite las visitas". Antonio
toma aire, respira con dificultad, pide tiempo muerto. "Sólo visitas de
mis hijos, de mis nietos, de mi hermano... y las tuyas. Porque me he
comprometido y quiero contarte lo más posible".
Cuando uno ya creía haberlo visto todo en el ejemplo incalculable del hombre que se muere, Antonio se preocupa por un problema de salud (nada serio) de quien tiene delante.
"He pedido que me bajen la morfina. Porque me genera como una especie
de ensoñación que no me deja pensar con lucidez y tengo la sensación de
que me quita la poca fuerza que tengo".
Nació un "4 de noviembre de 1945". Su padre era "militar y químico" y
su madre "trabajaba en casa". Jugaba "a los coches" con su hermano José María. Su boda fue en 1973 y "las fotos se velaron". Está "orgulloso" de la "educación humanista" de sus hijos. Pilar ha sido el "motor" de todo. "Ser abuelo es volver a nacer"... Uno estaría toda la vida tomando notas como éstas.
-He cumplido un ciclo. Estoy a punto de empezar otro. Y voy muy sereno.
-Vendré el martes.
-Muy bien.
Siempre nos estrechamos las manos en la despedida. Apretando como el
que quiere traspasar al otro. Mirándonos a los ojos con entusiasmo. No
sé por qué hoy nos hemos dado un beso.
Domingo 23 de noviembre
Antonio falleció en su cama del Hospital Centro de Cuidados Laguna sin crispación aparente y en completa calma. Fue el domingo, 23 de noviembre, pasadas las seis de la tarde.
El lunes, sobre el tanatorio de Las Rozas, luce un sol de septiembre. En la sala 4, casi nadie se atreve a llorar, porque al fin y al cabo estamos hablando de Antonio, que nos dejó todo esto dicho.
"Me gustaría que me recordaran como una buena persona, leal, que puso
empeño en dar. (...) No quiero dramatizaciones. Ausencia es una palabra
muy relativa. Yo andaré por ahí".
(...)
Nos quedaron pendientes varios temas, ¿recuerdas? Uno de ellos: al final no te hice cambiar de periódico.
Espero haber puesto todo lo que me contaste, Antonio. Espero haber
sido fiel a tus últimas tardes. Espero que tu testimonio "les sirva de
algo" -como tú querías- a los que saben que no hay vuelta atrás.
Pocas cosas tienen tanto sentido en esta profesión como haberte
conocido. En cualquier caso, no olvides algo: allá donde estés, me debes
un vino.
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