Comprender a los demás
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PSICOLOGÍA
JENNY MOIX 25/10/2009
¿Y si, al contrario de
lo que pensamos, no tuviéramos tanta empatía ni supiéramos ponernos en
el lugar del otro? Queremos ayudar a los demás, pero ¿sabemos hacerlo?
Cuando era estudiante de psicología, uno de mis más
queridos profesores nos aconsejó a los alumnos algo que me quedó
grabado: “Cuando una persona os explique sus problemas, no le digáis:
‘No te preocupes’. Ésas son las palabras más absurdas que podéis
pronunciar”.
No te preocupes. ¿Qué pretendemos conseguir con esa frase?
Lo paradójico del asunto es que esa expresión está cargada de nuestras
mejores intenciones. No queremos que la persona que tenemos delante
sufra y nos encantaría poder consolarla. Deseamos entender y ayudar a
los demás, pero ¿sabemos hacerlo?
En muchas ocasiones creemos que tenemos mucha empatía y que sabemos
ponernos en el lugar del otro. Lamentablemente, no siempre es así y, por
eso, podemos incluso llegar a empeorar la situación. Imaginemos que una
amiga nos cuenta que está fatal porque ha preparado una cena para sus
familiares con mucha ilusión y finalmente la comida se ha quemado.
Nosotros podemos encontrarlo una tontería. Nos ponemos en su lugar y
pensamos que el suceso podría haberse convertido en una divertida
anécdota para contar.
Esta hipotética situación nos muestra que a veces nos ponemos en el
lugar del otro, pero ¡con nuestra forma de pensar! Sólo somos capaces de
imaginarnos a nosotros mismos viviendo esa situación, pero no sintiendo
lo mismo que la otra persona. Quizá su terrible desazón la hemos
sufrido cuando un proyecto laboral se ha ido a pique. O, en general,
cuando alguna de nuestras ilusiones se ha visto frustrada. Así que lo
que deberíamos hacer es recordar en qué momentos hemos vivido una
emoción similar y ponernos en el lugar de nuestra amiga con el corazón y
no desde nuestros esquemas mentales.
Aunque normalmente se entiende la empatía como la capacidad de
ponerse en la piel del otro, no es exactamente eso. De hecho,
técnicamente se define como la capacidad de sentir, imaginar o
experimentar las emociones o estados de ánimo de otra persona.
Intentemos pues ponernos en la emoción del otro y no sólo en su
situación.
Deberíamos esforzarnos para desarrollar la empatía. Ésta constituye una de las habilidades esenciales de la inteligencia emocional
que Goleman demostró, a través de muchos estudios, cómo incidía en la
felicidad. Incluso Howard Gardner, el cual defiende que poseemos ocho
tipos de inteligencias en lugar de una, apunta a la empatía como una de
ellas; la denomina: inteligencia interpersonal.
Uno de los puntos esenciales para desarrollar la empatía consiste en
aprender a escuchar.
Veamos cuatro aspectos a tener en cuenta:
1. Cuidado con los consejos
“Quien no haya sufrido lo que yo, que no me dé consejos” (Sófocles)
Estamos contando nuestro problema a alguien y cuando acabamos, o
incluso antes, ya nos aconseja lo que debemos hacer. Antes de exponer
aquello que nos afecta, probablemente hemos estado varias noches sin
dormir, le hemos dado mil vueltas y todavía no sabemos cómo saldremos de
la situación. Y la otra persona, ¡zas! En cuatro segundos ya tiene la
solución. En ocasiones, la persona que aconseja está tan convencida de
que su idea es acertada que incluso, aunque le aseguremos que ya la
hemos aplicado, insistirá. Consejo: “Lo que tendrías que hacer es hablar
con él”. Repuesta: “Claro que he hablado con él, ¡si no hago otra
cosa!”. Repetición del consejo: “Es que no has hablado suficiente”.
Al tratar con alguien a quien queremos ayudar a resolver su problema,
no olvidemos que habrá pensado mucho sobre cómo solucionarlo y que
probablemente habrá emprendido varios caminos para lograrlo. Antes de
sugerir soluciones, debemos preguntar sobre las posibilidades que se han
barajado y los intentos de reparación emprendidos. Quizá nos
sorprendamos y simplemente preguntando, la otra persona vea aspectos que
antes no había tenido en cuenta y la solución se desprenda sola. Y
sobre todo, recordemos que desde fuera todo se ve muy sencillo, pero por
dentro no lo es tanto. Si lo fuera, nuestro interlocutor ya habría
llegado a ella.
Convendremos que nadie puede aportar una buena solución a un problema
que no ha entendido. Por ello, primero deberíamos entender y luego
procurar que el otro se sienta comprendido. Si no es así, nuestro
consejo caerá en saco roto. Nunca se sigue un consejo de alguien que no
parece haber entendido la situación. Así que, no nos precipitemos en
aconsejar, mejor escuchar y preguntar mucho antes de hacerlo.
No olvidemos dos puntos obvios. No sabemos si nuestro consejo será
correcto, hemos de sugerirlo con precaución. Y segundo: los consejos no
son órdenes, la otra persona tiene toda la libertad del mundo para no
seguirlos.
Y tengamos muy en cuenta que, en muchas ocasiones, simplemente
debemos abstenernos de aconsejar. Nuestro interlocutor quizá sólo quiere
ser escuchado y comprendido.
2. Evitemos juzgar
“Si de veras llegásemos a poder comprender, ya no podríamos juzgar” (André Malraux)
Juzgar es un acto casi automático. Si alguien nos cuenta el trance
que está sufriendo, nuestro cerebro extrae conclusiones rápidas que
suelen ser dicotómicas, con pocos matices, del tipo: ha actuado mal o ha
actuado bien. Por suerte, con más tiempo solemos matizar, pero nuestra
mente tiene estos arranques.
Cuando alguien nos describa alguna situación dura por la que está
atravesando, agradecerá que nos pongamos en su nivel y que no la
juzguemos. Algunas veces podemos pensar: Yo no hubiera cometido estos
errores”. Es una actitud muy humana, necesitamos creer que somos menos
vulnerables que los demás. Si tenemos esas ideas, la otra persona lo
notará aunque no las verbalicemos. Frenar nuestros impulsos de juzgar y
ser humildes ayudará a que los demás se sientan más cómodos y
entendidos.
3. No relativicemos el problema del otro
“¿Quieres que sienta dolor por niños que mueren de hambre? Yo
siento dolor por ellos. ¿Quieres que proteste contra las guerras que
siguen en las montañas? Yo protesto. Pero el corazón tiene sus dolores
privados: ni siquiera todas las grandes causas buenas de este mundo
pueden impedir que llore por un amor perdido”
(Arnold Wesker, The four seasons)
Ante un amigo que comparte sus tristezas, podemos caer en la trampa
de intentar que relativice: “Hay gente que está peor que tú”.
Probablemente ya lo sabe, pero eso no le consuela. Incluso puede
sentirse culpable por sentirse mal sabiendo que existen seres humanos
que se encuentran muchísimo peor. Mejor será que permitamos a nuestro
amigo que se queje y explote. A veces intentar relativizar es
contraproducente.
4. Resumiendo: simplemente debemos comprender.
“En tu relación con cualquier persona, pierdes mucho si no te tomas el tiempo necesario para comprenderla” (Rob Goldston)
La comprensión es un bálsamo muy potente. Las personas con las que
más a gusto nos encontramos son las que nos comprenden. Si queremos que
los demás se sientan cómodos y comprendidos por nosotros, simplemente
escuchemos sin juzgar; no aconsejemos con tanta facilidad; permitamos
cualquier emoción sin intentar relativizarla; y pongámonos no sólo en su
piel, sino sobre todo en su corazón. Preguntémonos: ¿en estos momentos,
quién necesita nuestra comprensión?
PARA ESTAR A LA ALTURA
LIBROS
‘La asertividad para gente extraordinaria’, de E. Bach y A. Forés. Plataforma Editorial. Barcelona, 2008.
‘El arte de la felicidad’, del Dalai Lama y H. C. Cutler. Grijalbo. Barcelona, 1999.
PELíCULAS
‘Corazón salvaje’, de David Lynch.
‘Blade runner’, de Ridley Scott.
‘Adivina quién viene a cenar esta noche’, de Stanley Kramer.
‘Empatía-comprender mejor a los demás’, cuatro minutos de vídeo en YouTube con un mensaje que deberíamos tener siempre presente.
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