La pereza y el miedo son las grandes amenazas a la inteligencia

José Antonio Marina

NURIA AZANCOT | Publicado el 02/12/2011

Filósofo y detective vocacional, José Antonio Marina (Toledo, 1939) sigue sorprendiendo al lector con cada nueva entrega sobre nuestra inteligencia emocional. La última es un Pequeño tratado de los grandes vicios (Anagrama) en el que reivindica la virtud ahora que tantos se afanan por jibarizarla.


Pregunta: ¿Por qué no un gran tratado, los vicios no dan para más?
Respuesta: Desde luego, pero sólo quería hacer una genealogía de nuestros sentimientos presentes. Me da miedo un adanismo presuntuoso e ingenuo que piensa que con abrir los ojos va a ver lo que sucede, sin darse cuenta de que siempre vemos a través de una historia olvidada.

P: ¿Con cuál de sus otros libros, y por qué, tiene más que ver?
R: Con El laberinto de los sentimientos porque trata de pasiones. Con Las arquitecturas del deseo porque trata de deseos muy profundos y violentos. Y con La inteligencia fracasada porque trata de fracasos.

P: ¿Qué es lo más sorprendente que va a encontrar el lector en este canon de la perversidad?
R: Que el ser humano tiene un deseo irremediable de superación y que los vicios no se libran de ese dinamismo. Cuando Baudelaire dice que el mal es una muestra de nuestro deseo de infinitud, está detectando que en el fondo de nuestras pasiones hay un afán -con frecuencia equivocado- de grandeza.

P: ¿A qué se debe nuestra fascinación por el mal, si la literatura del mal “es aburridisima” (Bataille)?
R: Por razones sociales y culturales que intento explicar, la pasión fue considerada una fuerza maléfica sobre todo porque hace perder el control. Pero al mismo tiempo pensamos que nada verdaderamente bello se puede hacer sin pasión. La conclusión es que lo interesante tiene que ser apasionado y malo, y lo bueno, desapasionado y aburrido. No hemos sabido crear una poética de las pasiones creadoras. Los vicios son muy escandalosos y hacen sentir mucho. Pero nuestra fascinación por el mal es engañosa.

P: ¿Las redes sociales son culpables de que “nunca hayamos sabido más y recordado menos”?
R: Mas que las redes, ha sido decisiva la influencia de los ordenadores y de sus maravillosos bancos de información, que ponen todo el conocimiento al alcance de un clic. Han extendido la idea de que no hace falta aprender lo que se puede encontrar, y de que la inteligencia no está en el usuario sino en el sistema informático. Esto es falso por varias razones. La primera, porque un burro conectado a internet sigue siendo un burro. La segunda, porque se crea siempre desde la memoria personal. La tercera, porque decir que nuestra memoria está en el ordenador supone admitir una dependencia de la máquina parecida a la de la diálisis.

P: ¿Y la pereza de maestros, alumnos, y padres?
R: Las dos grandes amenazas de la inteligencia son la pereza y el miedo.

P: ¿Confía en que otra reforma educativa pueda mejorar algo?
R: No. Ninguna de las anteriores han funcionado. Se ha confiado demasiado en cambiar un sistema muy complejo promulgando una nueva ley educativa, cuando lo que hace falta es implicar a toda la sociedad en una hoja de ruta que conocemos. No hay ni misterios ni milagros en educación. Pero como en todos los problemas políticos hay que confiar primero en los técnicos (sí, los tecnócratas), después en los gestores, y, por último, en los políticos para implicar a la sociedad entera. Los políticos no pueden estar al principio porque entonces van a ideologizar la educación.

P: ¿Cuál es el vicio más disculpable?
R: La ira porque nos permite enfrentarnos a los obstáculos y bajo la forma de “indignación” es justa y saludable.

P: ¿Y el que menos?
R: La pereza, pero no en el sentido vulgar.

P: Ahora que la menciona, ¿por qué no le domina nunca la pereza?
r: Porque disfruto con lo que hago. Cuando me interesa saber algo que ignoro decido escribir un libro sobre ello. La imagen trágica del escritor que sufre escribiendo me parece una ficción romántica que me irrita tanto como la imagen del político abrumado por el peso de la púrpura. Toda creación produce euforia.

P: Se dice que el vicio de los españoles es la envidia... ¿se ha sentido víctima, como autor?
R: No especialmente. En general he sido bien tratado. Sólo podría quejarme de un determinado tipo de soberbia, causada por un dogmatismo sectario.

P: ¿Qué le ha hecho sentir más gula como autor y como lector?
R: Era verdadera gula la que sentía como lector durante mi juventud. Era insaciable. Nunca he vuelto a sentir esa pasión. Ahora leo fundamentalmente con un propósito utilitario. Deprisa y selectivamente.

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