¿Qué clase de enfermo soy?
REPORTAJE: SALUD
¿Qué clase de enfermo soy?
KARELIA VÁZQUEZ 11/12/2011
Nada es menos lógico y racional que tomar una
decisión, aunque nos guste pensar lo contrario. Aun aquellas en las que
nos jugamos muchísimo, como las relacionadas con la salud, están
determinadas por emociones poco tangibles. Hay gente que prefiere que
otros decidan por ellos y los hay que no quieren perder el control en
ningún momento. Hay quien hace más preguntas antes de comprar un coche
que antes de entrar a un quirófano. Los hay dispuestos a someterse a
cualquier procedimiento, mientras más técnicos y sofisticados, mejor, y
los hay que solo creen en la medicina natural.
Jerome Groopman, oncólogo, y Pamela Hartzband,
endocrinóloga, ambos de la Harvard Medical School y muy conocidos por
sus artículos en The New Yorker, han desarrollado una teoría para
explicar por qué sus pacientes, y ellos mismos -todos seremos pacientes
algún día-, toman decisiones tan disímiles en situaciones similares.
Sus conclusiones provienen de haber sido testigos durante años del
proceso en el que las personas tomas decisiones que implican su calidad
de vida.
La primera hipótesis es que tenemos una "mente médica",
condicionada por la historia personal de cada quien y por la buena o
mala relación con la medicina que hayan tenido nuestros seres queridos,
cómo han enfermado, cómo han sido curados o cómo han muerto.
Todo ha quedado recogido en el libro Your medical mind: how to decide what is right for you (Tu mente médica: cómo decidir lo que es bueno para ti; The
Penguin Press, 2011), publicado recientemente en Estados Unidos. Según
su teoría, a la hora de decidir sobre nuestra salud podemos ser
"minimalistas" o "maximalistas".
A los minimalistas no les
gustan demasiado los médicos, ni los hospitales. Así que los evitan por
todos los medios. A la hora de decidir, se irán a por lo menos invasivo y
más natural posible. Pasar por el quirófano es la última de las
opciones. Como buenos minimalistas, creen que menos es más. Pamela
Hartzband, una de las autoras, se define como minimalista. Y estas son
sus razones: "Mi madre era artista y librepensadora. Siempre pensó que
los médicos no sabían nada. Ella y mi padre todavía viven, y siempre
creyeron que tenían una buena salud que no había que poner en manos de
nadie que la estropeara".
Los de mente médica maximalista -siempre
según esta teoría- suelen ser apasionados de la tecnología y están
enterados de la existencia de técnicas diagnósticas y procedimientos de
última generación. Son proactivos en la búsqueda de información y
confían en que a mayor número de pruebas y procedimientos, los
resultados serán mejores. Es el caso del otro autor, Jerome Groopman.
"Crecí en una familia tradicional judía donde los médicos eran como
dioses. Para mis padres, la medicina natural no tenía ningún sentido.
Todo lo que estuviera fuera de la ciencia y la tecnología les parecía
una tontería. Mi padre murió joven, de un ataque al corazón, y yo
estudié medicina para salvar vidas como las de mi padre, a cualquier
precio, yendo a los extremos", explica.
Además, los hay
"creyentes" -aquellos que confían ciegamente en la medicina, creen que
siempre hay una solución y están dispuestos a buscarla allá donde esté- y
"escépticos" instalados en la desconfianza, en el miedo a los efectos
secundarios de los fármacos y en la creencia de que el remedio es peor
que la enfermedad.
Para más complicación y dificultad, estas
categorías se mezclan en todas las combinaciones posibles. Por ejemplo,
se puede ser maximalista-creyente, como es el caso del doctor Groopman.
Lo
que proponen estos expertos es que intentemos ser conscientes de
nuestra mente médica, de las influencias internas y externas que sesgan
las decisiones que tomamos sobre nuestra salud para poder entenderlas.
De
todas las influencias probables, la más importante es la historia de
quienes nos rodean. Por ejemplo, si un familiar cercano ha sufrido un
terrible efecto secundario de un tratamiento particular, es probable que
el interesado se niegue a pasar por ese trance que ha visto en su
entorno. Sin embargo, los autores recomiendan que pongamos nuestra
información personal en contexto. ¿Es muy frecuente ese efecto
secundario? ¿Cuánto se parece tu organismo o tu enfermedad a la que
padecía aquella otra persona?
De la misma manera, alguien que
conozca o haya oído hablar sobre los efectos muy positivos de una
intervención quirúrgica estará deseando someterse a ella y esperará
idénticos resultados. Y otra vez, los expertos recomiendan que se
averigüe un poco más. "¿Con qué frecuencia se consiguen esos fabulosos
resultados?", sería una buena pregunta, por ejemplo.
En cualquier
caso, los doctores han observado que el comportamiento de los pacientes
varía de acuerdo con la gravedad de la enfermedad que padecen. "Ante un
cáncer, muchos escépticos acaban convertidos en creyentes", cuenta
Groopman. Pone como ejemplo el caso de un hombre superviviente de un
tumor de próstata que habló hasta con 20 especialistas diferentes antes
de elegir una opción de tratamiento. El propio Groopman cuenta en el
libro su tránsito de paciente maximalista a minimalista después de una
desastrosa cirugía de espalda.
La recomendación de los autores de Your medical mind
es que nos tomemos nuestra condición de pacientes como un trabajo,
incluso "como un trabajo frustrante". Hay que preguntar mucho, hay que
informarse, y aun así, a veces no se consiguen buenos resultados.
"Estamos tratando con la medicina, que no es una ciencia exacta. No
podemos garantizar siempre un final feliz", apuntan. Su punto de vista
es que la individualidad del paciente está por encima de todos los
protocolos y que los "caprichos y excepciones" de la medicina deben ser
aceptados y no negados. "Es la clave para elegir los mejores
tratamientos", asegura Hartzband. "Aun en las mejores circunstancias,
las cosas se pueden torcer. Si esto sucediera, lo mejor es saber que uno
eligió el procedimiento correcto para su caso concreto. Un mal
resultado te puede disgustar, pero, al menos, no te sentirás invadido
por el arrepentimiento y la culpa", explica Groopman.
Aceptar que
la medicina tiene zonas grises, donde no hay respuestas absolutamente
correctas o incorrectas, es uno de los retos que se propone este libro.
Descifrando los datos
Entender lo que significa una estadística también es importante para tomar una buena decisión. Según los autores de Your medical mind, en
lugar de prestar atención a la cifra, por ejemplo, el 50% de los
pacientes tratados elevó su calidad de vida, conviene más enterarse de
si a nuestro caso concreto se le podría aplicar esa estadística. "Estos
números provienen de estudios realizados en poblaciones muy
seleccionados en las que no hay personas de edad avanzada, embarazadas o
diabéticos", explica Groopman.
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