Ver, mirar, contemplar
REPORTAJE: PSICOLOGÍA
Ver, mirar, contemplar
XAVIER GUIX 11/12/2011
Antonio Damasio, uno de los grandes investigadores
en neurociencia, neurología y psicología, nos relata que sin la
conciencia, es decir, sin una mente dotada de subjetividad, no
tendríamos manera de saber que existimos, menos aún de saber quiénes
somos y qué pensamos. Ciertamente existe un yo, aunque no se trata de
una cosa sino de un proceso que, al ser sentido, nos hace creer que
pertenece a alguien.
Desde la perspectiva de la evolución y de
la historia vital de una persona, ese yo que tiene conciencia de sí
mismo ha tenido que pasar, según Damasio, por tres etapas: un protoyo
que se limita a ver y sentir de forma primigenia; un yo central movido
por la acción que mira para conocer; y finalmente un yo autobiográfico
que incorpora las dimensiones social y espiritual. A ese yo
autobiográfico quisiera añadirle su facultad contemplativa.
VER
"Ver a través de todo es lo mismo que no ver"
(Clive Stapies Lewis)
Ver,
es solo eso, ver. Sin más. Se puede ver y no sentir nada. Se puede ver y
sentir alguna alteración, básicamente instintiva. Placer o dolor.
Agradable o desagradable. En el ver solo hay impacto o indiferencia. El
ver puede ser inerte, sin apenas vida. Muchas personas, en pleno siglo
XXI, aún siguen viviendo en la etapa más primigenia de su existencia.
Dicho de otro modo, se limitan a ver cómo la vida pasa ante sus ojos.
Alguna de las generaciones de nuestros jóvenes, ha sido tildada de ni-ni; es
decir, que ni trabajan ni estudian, y quizás también podríamos añadir
que ni tienen motivación por nada, ni les importa si los castigan, ni
saben cómo salir de ese letargo anímico, ni encuentran cómo ver la
realidad de otra manera. Se limitan a existir. Algo parecido nos ocurre a
todos cuando nos plantamos frente al televisor y nos tragamos todo lo
que echen o navegamos por Internet, solo para ver. Desde luego que
vemos, pero no vivimos.
Ver es el primer escalón. Es útil para
orientarse, para distinguir, para almacenar recuerdos gráficos. Sin
embargo, limitarse simplemente a verlo todo es reducir la vida a su
aspecto más primigenio, es decir, a ver sin ver más allá. Es nuestro yo
más pequeñito, necesario pero insuficiente para evolucionar hacia una
conciencia más despierta.
MIRAR
"Pensar es más interesante que saber, pero menos interesante que mirar" (Goethe)
En
el mirar existe sin duda intención. Hemos decidido qué ver. Y lo
hacemos cuando queremos conocer o cuando pretendemos llegar al fondo del
otro y al trasfondo de la cuestión. Necesitamos mirar para certificar,
para curiosear, para descubrir, para encontrar en lo mirado nuestro
deseo o para desvelar verdades: ¡Dímelo a la cara! ¡Mírame cuando te
hablo! Exigimos la mirada para captar en ella el reflejo del alma. Hay
quien expresa su temor a ser mirado y también quien afirma que puede
mirar a los ojos de todo el mundo porque no tiene nada que ocultar.
La
mirada es el segundo paso del escalón de nuestra conciencia. Henry
Amiel decía que un espíritu cultivado es el que puede mirar todas las
cosas desde muchos puntos de vista. Cuando miramos no nos quedamos
indiferentes, más aún si somos mirados. La mirada tiene vida propia: es
inquietante, alegre, triste, perdida, profunda. Una mirada puede
traspasar al otro, del mismo modo que podemos quedar atrapados por la
intensidad de una mirada. Es un misterio. Es el pasaporte entre el yo y
el tú.
Cuando el artista mira, crea. Los amantes se aman. El
investigador descubre. El aprendiz modela. El estudiante conoce. El
médico explora. Mirar es ver más allá. Es penetrar, porque a diferencia
del ver, el mirar no es una experiencia sino un encuentro.
CONTEMPLAR
"El grado sumo del saber es contemplar el porqué" (Sócrates)
El
filósofo y místico Raimon Panikkar decía que todo lo que somos capaces
de conocer no es el conocimiento último. No es suficiente con ver, e
incluso con mirar concienzudamente para conocer. Hay una aprehensión de
la realidad que pertenece solo al rango de la contemplación. Es la
verdad intuida, revelada, descubierta a través de los ojos que miran
hacia dentro.
Es un error limitar la contemplación a una forma
superior de vida religiosa. La contemplación es una actitud que nos
acerca a ser aquello que contemplamos. No es un proceso, una etapa. No
tiene intención complementaria. Sencillamente sucede cuando dejamos de
ser, cuando abandonamos las dimensiones espacio-tiempo para convertirnos
en lo contemplado y descubrir así su esencialidad. Uno puede ver el
vuelo del pájaro, mirarlo para observarlo o puede sentir que vuela con
él. Para comprender al otro, tal como se comprende a sí mismo, hay que
convertirse en el otro, compartir su experiencia, participar de su
mundo.
En nuestra escala evolutiva, la contemplación es el nivel
que nos acerca a las realidades últimas, las más profundas y verdaderas.
Las descubrimos en el silencio interior, en la cesación de todo intento
de entender las cosas, a los demás y a nosotros mismos. Callamos para
escuchar nuestra verdad interior. Tal vez por eso hay tanta gente que no
calla nunca; por eso vivimos en sociedades tan ruidosas; por eso
nuestra mente no para. El silencio asusta porque tememos encontrarnos
interiormente. Pero eso solo puede suceder si hay juicio. En la
contemplación, solo hay verdad.
La construcción de nuestras
realidades tiene su substrato en las representaciones mentales que
atesoramos a lo largo de la vida. Dicho llanamente, todas las imágenes
que metemos en nuestro cerebro, a partir de lo que hemos visto, oído y
percibido. Todo acaba siendo una memoria en nuestra mente y vivimos
según ella. Incluso las personas con ceguera crean sus representaciones
mentales. Ven, aunque no saben que ven. Al contrario de lo que hacen
aquellos que sí saben que ven, pero no ven nada. Entonces, tenemos una
enorme responsabilidad a la hora de decidir qué debe estar y qué no en
nuestra mente. Palabras, imágenes y sensaciones acaban conformando el
jardín de nuestra neurología.
Al final necesitamos ese ejercicio
contemplativo que nos lleve más allá de nuestras memorias. Ser capaces
de intuir nuestras motivaciones profundas, también nuestras visiones
erróneas. Lo que nos hace profundamente humanos es contemplar la certeza
que se esconde detrás de lo que creemos ser. Para ello hace falta una
conciencia evolucionada. De lo contrario, como antaño, sería suficiente
con ver e ir pasando mientras no haya peligro. Querer vivir es mirar la
vida cara a cara y, contemplándola, descubrirnos a nosotros mismos.
Ojos que miran y sienten
Libros
- 'Y el cerebro creó al hombre', de Antonio Damasio (Destino, 2010).
- 'Escuchar con los ojos', de Ferran Ramón Cortés (RBA, 2011).
- 'De la mística', de Raimon Panikkar (Herder, 2005).
2. Música
- 'Blue eyes', de Elton John.
- 'It's in your eyes', de Kylie Minogue.
- 'La paz de tus ojos', de La Oreja de Van Gogh.
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