Hijos que maltratan, un infierno del que se puede salir con (re)educación... y ayuda
- Desde 2007, 17.000 menores han sido procesados por agredir a sus padres
- Esta conducta violenta se relaciona con deficiencias graves en la educación
- Las familias requieren y demandan una asistencia 'integral'
- 'El trabajo es conjunto' | Aprender a convivir | Cómo se produce | Dónde pedir ayuda | 'La mayoría no sufre trastorno mental' | Conflictos en la adolescencia
A mediados del pasado diciembre, una mujer conocía la condena en
firme de su hijo de 14 años por propinarle dos palizas en menos de dos
semanas. Lo relataba con detalle la prensa de Murcia. No son noticias
que se lean a menudo. Tampoco es frecuente que un joven agreda a su
familia. La última encuesta del Instituto de la Juventud
que aborda las situaciones de conflicto señala que el 94% de los
jóvenes entre 15 y 29 años "nunca" ha tenido enfrentamientos violentos
con sus padres. Pero la realidad también muestra que los casos de menores que maltratan a sus padres —madres, en la inmensa mayoría— se han disparado en la última década,
aunque en la mayoría de ocasiones se queden ocultos. Y las
consecuencias son absolutamente devastadoras para las víctimas, pero
también para el agresor.
Desde 2007, más de 17.000 menores de más de 14 años han sido
procesados en España por agredir —física o psíquicamente— a sus
progenitores durante la convivencia. El número de casos ha ido
incrementándose hasta 2010, año en la que la Fiscalía detectó un cierto descenso con respecto a 2009
(4.995 frente a 5.201), aunque sólo se puede hablar, advierte en su
última memoria anual, de cierta "estabilización" no de disminución.
'Hubiese preferido que me dijesen que mi hijo estaba enfermo porque habría curación, tratamiento... pero esta falta de límites, su agresividad, no sabes por dónde cogerlo'
El de la vía penal es el último paso que suelen dar las familias y lo
hacen ya casi sin aliento, cuando sus bienes o su propia vida corren
peligro, y rotas después de deambular durante meses y posiblemente años buscando una salida. Son estos casos extremos los que se hacen visibles, pero otros tantos, imposibles de cuantificar, permanecen en secreto tras la puerta del domicilio. Es en el interior de él donde estalla con toda su crudeza el conflicto, pero también donde se pueden encontrar las causas pero, sobre todo, una solución.
Los profesionales que trabajan para cambiar estos patrones de
comportamiento agresivos consultados por ELMUNDO.es coinciden en que
este problema suele ir relacionado con deficiencias graves en el proceso
educativo del adolescente. Esta conducta violenta también puede ser
síntoma de un trastorno psiquiátrico, pero en la mayoría de casos los menores que agreden a sus padres no sufren ninguna enfermedad mental.
Durante la adolescencia, una etapa crucial marcada por múltiples cambios mentales y físicos, los hijos necesitan tomar distancia de sus padres
y es natural que den muestras de cierta rebeldía para reafirmar su
personalidad. El problema no son los conflictos en las familias, sino la
incapacidad de resolverlos o de tratar de hacerlo siempre con
violencia.
Sin límites y normas claros
Los menores que maltratan a sus progenitores tienen unos rasgos
diferenciados del resto de infractores. Suelen ser adolescentes que han
recibido una educación autoritaria [control inflexible de los padres], permisiva
[padres sobreprotectores, que no ejercen la autoridad y satisfacen
inmediatamente los deseos del niño] o cuyos progenitores atraviesan
momentos de extrema dificultad y no ejercen como tales dejando a un lado
el cuidado y control del menor.
En general, estos jóvenes no han interiorizado límites y normas
claros, no aceptan ningún tipo de control y son incapaces de asumir
frustraciones. Su rendimiento escolar suele ser muy bajo. Se comportan de una forma egoísta con sus padres y sumisa con el resto
—la violencia se limita normalmente al ámbito familiar—. Suelen ser
menores con una identidad frágil, dependientes y que sufren un gran
conflicto interior. Estos rasgos, unidos a un carácter muy impulsivo,
forman una carga explosiva que golpea de lleno a su núcleo más cercano.
Las víctimas son, en la inmensa mayoría de casos, las madres y, entre
los agresores, hay una mayoría de varones, aunque se recluye a más
chicas por maltrato que por otro tipo de delitos.
Escalada de la violencia
Estela, que prefiere mantener al margen su identidad por respeto "a
su hijo y a ella misma", se vio atrapada por esta espiral de violencia
extrema que derivó en el internamiento de su único hijo a los 16 años en
un centro de menores por maltrato. Fue la última parada en un descenso a
los infiernos.
'No podemos permitir que maltrate a sus padres. Sacarle de casa es lo último, pero a veces es necesario'Mariluz, agente tutor
A los 12 años, Roberto (nombre ficticio) comenzó a tener un
rendimiento escolar cada vez más bajo y a tener una conducta violenta.
Su madre recibía a menudo la llamada de los psicólogos del centro e
incluso había días que la lista de sus enfrentamientos era tan larga que
le preguntaba "¿cómo es posible que en un solo día hayas podido discutir o pegarte con tantos?".
Comienza a ser un alumno "molesto", las expulsiones se suceden y el
centro "invita" a los padres a trasladarle a otro colegio. Roberto
deambula hasta por ocho centros escolares distintos, dos de ellos
internados, fuera de Madrid e incluso fuera de España, pero los
problemas de conducta no remiten y el deterioro de la convivencia
familiar prosigue su escalada. "Hubiese preferido que me dijesen que mi
hijo estaba enfermo porque habría curación, tratamiento... pero esta
falta de límites, su agresividad, no sabes por dónde cogerlo". El
desconcierto de Estela es el de tantas otras familias que no saben cómo asimilar lo que les está pasando.
Trastornos de conducta
"No hay una etiqueta diagnóstica que se adecue exactamente al
fenómeno, estos menores no tienen una patología definida. La mayoría
suele tener un trastorno negativista desafiante y algunos estudios dicen
que pueden sufrir un trastorno disocial o de hiperactividad, pero
también es verdad que, al menos un 50% de esos chavales, no tienen
ningún tipo de diagnóstico", explica María González, terapeuta de la Clínica de Psicología de la Universidad Complutense,
donde se aplica desde 2007 un programa de intervención específica para
menores -normalmente entre 13 y 17 años- con problemas de agresividad en
el contexto familiar.
"Hay chavales que desde pequeños han sido problemáticos pero otros
tienen un inicio marcado [de la conducta violenta] en la adolescencia.
Estaban bien adaptados en el colegio, a nivel social y llega un momento
en que empiezan a emitir comportamientos extraños y preocupantes",
advierte. Cuando "un padre percibe que no es capaz de educar como
considera oportuno a su hijo" debe pedir ayuda. "Las agresiones físicas
no surgen de repente, van antecedidas de un conflicto verbal o
psicológico. Si dejamos que la violencia suba de escalones más difícil
será que se bajen luego". Ella, junto al resto de terapeutas, ha
'acompañado' a 200 familias en los últimos cinco años a descender esos
escalones "con mucho esfuerzo", a base de terapias con los menores y con
sus padres en un proceso que suele durar entre nueve meses y un año,
más otros 12 meses de seguimiento.
Responsabilidad compartida
El primer paso que deben dar tanto los hijos como los padres para
comenzar a reconstruir la relación ha de ser en la misma dirección:
asumir parte de la responsabilidad. En esta Clínica, los psicólogos dan
"habilidades" a las familias para relacionarse sin violencia:
intervienen a nivel cognitivo —desmontando las justificaciones de los menores o clarificando pensamientos—; emocional —desarrollando la empatía y el autocontrol—; conductual,
trabajando la comunicación, que ambas partes sepan hablar, expresar
críticas y recibirlas, mostrar afecto y solucionar los problemas.
La fuerte demanda que recibe la Clínica, a la que son derivados casos
desde los Servicios Sociales de la Comunidad de Madrid, aunque también
pueden llamar directamente las familias, las "dificultades para abarcar"
y que la gente llegue a esperar hasta tres meses sin encontrar otro
recurso que se adapte a sus necesidades, son indicativos de que las familias requieren y demandan una asistencia "integral" para superar esta problemática.
Bajo este planteamiento se va a poner en funcionamiento en la
localidad madrileña de Brea de Tajo un complejo privado que ofrece un
tratamiento psicológico y/o psiquiátrico a las familias con menores de
entre 12 y 18 años con una conducta agresiva. Los jóvenes, sobre los que
no pesa ninguna orden judicial, son internados entre dos meses y un año
y tanto ellos como sus padres debe firmar un 'contrato terapéutico' que
garantice su implicación.
Este 'Campus Unidos', gestionado por Ginso —una empresa con
experiencia en centros de menores— y dirigido por el psicólogo Javier
Urra, ocupa 15.000 metros cuadrados repartidos entre cuatro chalés de 10
plazas, dos edificios para terapias y actividades de ocio y formación,
pero el entorno vallado, las cámaras de vigilancia, el régimen
disciplinario y las puertas blindadas de centros de reforma dejan claro
que dista mucho de ser un campus convencional.
Esta iniciativa privada nace bajo una situación de "limbo jurídico" reconocida por el propio Urra. ¿Se puede recluir a un menor sin orden judicial?
"Es cierto que para privar de libertad hace falta una orden judicial,
pero es como cuando hablamos de personas que tienen un tipo de patología
como el alcoholismo o drogadicción y se producen ingresos voluntarios.
Hay que ir por la misma vía, que aquellos jóvenes que saben que tienen un conflicto con sus padres ingresen voluntariamente",
subraya Arturo Canalda, defensor del menor de la Comunidad de Madrid,
que aplaude tanto ésta como "cualquier iniciativa para mediar y evitar
los conflictos que se pueden dar con los hijos".
Demanda de ayuda especializada
Canalda subraya que aunque "las administraciones están trabajando
mucho en el ámbito de la mediación" para este tipo de "patologías", no
hay "recursos específicos o hay uno nada más" y esta "escasez de
recursos limita mucho la posibilidad que tienen los padres" de recibir
una asistencia gratuita. "Por eso surgen estas iniciativas, por
complementar de alguna manera los medios que la administración no puede
aportar" y menos aún "en un entorno de crisis, donde se están restringiendo mucho los gastos e intentar que la administración cubra todo resulta muy complejo".
'Hemos dado pasos dar respuesta lo mejor posible, pero nos encontramos a años luz de la respuesta existe ante otras violencias intrafamiliares, como el maltrato infantil o la violencia de género'Manuel Córdoba, director del centro de menores El Laurel
Hasta hace cinco años los padres que sufrían maltrato no podían
encontrar prácticamente ninguna ayuda pública especializada.
Actualmente, existen programas que abordan esta problemática en
concreto, como los servicios de orientación, atención psicológica o
mediación familiar que se han ido extendiendo por gran parte del
territorio nacional o incluso teléfonos de atención directa a padres
maltratados, como el que puso en marcha hace un año La Rioja
(696121212). Los recortes en las Administraciones regionales, no obstante, están haciendo ya mella en la atención social
y, según fuentes sindicales, los frecuentes retrasos e impagos a
ayuntamientos y entidades privadas que los gestionan están deteriorando
la calidad de los servicios y forzando cierres en toda España.
Estela consultó a psicólogos privados, psiquiatras y recurrió a los
servicios sociales sin encontrar en aquel momento una ayuda profesional
"especializada". "Se quedan cortos antes de estas intervenciones. Van
derivando de un sitio a otro a las familias", subraya recurriendo al
plural al hacerse eco también de la experiencia que otros padres de la Asociación Familias por la Convivencia, que desde hace un año reúne a personas que sufren conflictos graves en las relaciones con sus hijos.
A los 14 años, Roberto ya prácticamente no acudía a clase, comenzó a consumir porros y a ausentarse de casa. En una ocasión, llegó a permanecer hasta nueve días desaparecido.
La pendiente en la que se había convertido su vida les acercaba cada
día más, a los dos, al borde del abismo. Comenzó a relacionarse con
gente mayor que él y terminó cometiendo delitos fuera de casa y
dentro...
Los enfrentamientos con su madre comenzaron a ser muy agresivos y con
su padre no quería mantener ningún tipo de relación, relata sintiendo
aún la desazón de aquellos momentos que padeció prácticamente en soledad
—"mi familia sabía que había problemas pero no hasta qué grado"—. Y
atrapada en esa situación de violencia, devastada por el sufrimiento y
la impotencia, recibió –y escuchó- el consejo de alguien que conocía de
cerca su situación: un agente tutor.
Policías y mediadores
Desde 2002, policías de paisano patrullan las calles de la ciudad de
Madrid para detectar de forma temprana situaciones de riesgo en las que
se puedan ver envueltos menores y prestan asistencia inmediata en
centros escolares y domicilios, como el de Estela. "Cuando los padres ya
no saben dónde acudir y necesitan una figura de autoridad, acuden a la
policía", explica Mariluz tras ocho años de contacto diario con familias
y adolescentes en el distrito de Retiro. Estos agentes, que trabajan en
estrecha colaboración con los Servicios Sociales, crean un clima de
confianza y ejercen de mediadores para tratar de que mejore la
convivencia. Orientan a los padres para que cambien su forma de
relacionarse con su hijo, de educarle, y advierten al menor de las
consecuencias de su comportamiento y tratan de marcarle nuevas pautas de conducta, entre ellas habitualmente, la de asistir a clase.
Se hace un seguimiento continuo, con llamadas y visitas tanto al
domicilio como al centro escolar del menor, durante uno o dos años. No
obstante, cuando se detecta un delito de maltrato actúan como fuerzas
del orden público y el adolescente es detenido y puesto a disposición
judicial, aunque los progenitores no quieran denunciar. "No podemos
permitir que maltrate a sus padres. Sacarle de casa es lo último, pero a
veces es necesario", advierte Mariluz.
"Tú no te das cuenta de que no va a parar y va a más. Denuncié
alentada por los agentes tutores. También al pensar que si no paraba
esto, sería un futuro maltratador", explica Estela. El juez decretó
libertad vigilada para Roberto y la obligación de acudir a unos talleres
de reeducación pero "se los saltaba". Le citaron a juicio y se decretó
el internamiento durante un año en 'El Laurel',
un centro de menores de la Comunidad de Madrid especializado en
maltrato familiar ascendente. "Fue muy duro ver a unos policías que
esposan a tu hijo delante de ti y se lo llevan", recuerda.
'Los comportamientos se modifican'
El dolor de Estela es el de la mayoría de madres que acude a la vía
judicial para denunciar a su hijo. "En todas las guardias hay un caso de
maltrato. Y desde el Juzgado cuidamos de que las madres no sufran y
tratamos de transmitirle que tiene el apoyo de las instituciones y darle
una respuesta", asegura Concepción Rodríguez, juez de menores del
Juzgado de instrucción número 1 de Madrid. Durante 10 años ha trabajado
para reconducir el camino de muchos de ellos y su balance es positivo:
"Los comportamientos a ciertas edades sí se modifican. Hay que decirles a las madres que no tengan miedo,
que no es algo que tenga que mantenerse oculto, hay que abordarlo y
tiene solución con una intervención psicológica y pautas educativas".
Siempre se trata de que el proceso judicial se inicie de la forma más
rápida posible, tanto para evitar mayores "perturbaciones" al menor
como para darle a los familiares una protección inmediata, según subraya
la Fiscalía en una extensa circular
sobre el maltrato filioparental de 2010. Si el menor es detenido y
puesto a disposición judicial, se puede incluso realizar una
"instrucción acelerada" y decretar una "tutela cautelar", al correr
riesgo la vida de la víctima ya que es habitual que las agresiones se
intensifiquen cuando el maltratado se decide a dar el paso y denunciar
los hechos.
Respuesta judicial
Para decidir la intervención más adecuada sobre ese menor y a
familia, la Ley del Menor establece la obligación de investigar y
elaborar un informe muy detallado sobre la situación sociofamiliar. "El
informe, que es preceptivo —no se podría celebrar juicio sin él—, pero
no vinculante, resulta muy valioso porque el juez conoce cuáles son las circunstancias del menor y en ocasiones sus propuestas sí se pueden llevar a cabo", explica Concepción Rodríguez.
Para la reeducación y reinserción de estos menores maltratadores, que
no suelen cometer actos delictivos fuera de su entorno familiar, la
Fiscalía opta normalmente por pedir medidas -no penas, como en la
justicia penal de adultos- que no requieren la privación de libertad, como son la convivencia con grupo familiar o educativo, que se considera la más indicada,
o la libertad vigilada. También se establece la posibilidad de que las
familias lleguen a acuerdos extrajudiciales a través de la mediación en
caso de violencia leve y cuando la convivencia es posible. Si existe
reincidencia o es un delito de carácter especialmente grave, como en el
caso de Roberto, se toman medidas más severas, como es la de internamiento en un centro de menores.
Y todas las medidas vienen acompañadas de la obligación de recibir un
tratamiento terapéutico y pautas educativas orientadas al
restablecimiento de la normalidad en las relaciones familiares. La
implicación de los padres en la solución del conflicto es crucial por lo
que siempre se les aconseja —el sistema judicial español no establece
la posibilidad de obligarles— que reciban esa asistencia psicológica de
orientación y apoyo. Incluso cuando pesa sobre el menor una orden de
alejamiento deben facilitarse esas terapias familiares.
"Estamos viviendo ese proceso de intentar darle respuesta lo mejor
posible y hemos dado pasitos, pero nos encontramos a años luz de la
respuesta existe ante otras violencias intrafamiliares, como el maltrato
infantil o la violencia de género", resume Manuel Córdoba, director del
centro de menores El Laurel.
Roberto salió en noviembre de 2009 en libertad vigilada con la
obligación de acudir durante ocho meses al Centro Educativo 'Luis
Amigó', donde él y su madre seguían recibiendo terapia para
reforzar los pasos que habían dado en El Laurel y facilitar en la mayor
medida posible la adaptación progresiva de los menores en su núcleo familiar.
Pero el regreso a casa no resulta fácil. "Se acaba la medida judicial
pero no el problema. Los centros de menores te hablan de las
estadísticas de reinserción [la reincidencia en Madrid es del 2,6%],
pero no vuelven porque no agreden más. Normalizar tanta falta de
límites, tanta agresividad, tanto dolor en un año es poco tiempo.
Necesitamos que se extienda el apoyo y que cuando cumplan la mayoría de
edad estén un poco más asentados. En el terreno educativo y laboral están totalmente perdidos", advierte Estela, basada en su experiencia y la del resto de familiares de la asociación AFASC.
Su hijo, ya con la mayoría de edad, ni estudia, ni trabaja, una
pasividad reforzada por el subsidio de 426 euros que ha recibido durante
el último año y medio por su internamiento. Sí le ve "más tranquilo" y
ella se ha ido "reconstruyendo" después de "vida de tristeza en la que
sólo quería morir". Tras seis años de lucha emocional, ha recobrado la
fuerza para seguir adelante y ayudar a otras familias a emprender el
camino en busca de una salida.
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