El miedo a la muerte tiene explicación biológica

LA RUTA DEL CERVELL

El Cementiri de Poblenou acoge durante tres sábados del 2009 un itinerario científico, ¿La Ruta del Cervell¿, que intenta explicar qué conexiones hay entre el cerebro y la manera de ver la muerte que el ser humano ha tenido a lo largo de la historia. Una actividad gratuita para todos los públicos que pone de manifiesto que los cementerios pueden ser un espacio vivo y cultural
La muerte forma parte de todos los sistemas vivos, pero ¿por qué el ser humano es el único que reflexiona y se preocupa por ella? Miedo, sufrimiento, negación… Todos estos comportamientos que tenemos ante la muerte tienen una explicación científica, una explicación que se halla en nuestro cerebro.

Por lo menos eso es lo que se pone de manifiesto en “La Ruta del Cervell”, una original actividad que tiene lugar en el Cementerio de Poblenou y cuyo objetivo es explicar, a partir de conocimientos científicos relacionados con la biología, la psicología, la neurología y la sociología, cómo el ser humano se ha enfrentado a la muerte a lo largo de la evolución y qué tiene que ver nuestra manera de ver la muerte con los procesos cerebrales.

Este itinerario científico está impulsado por Cementiris de Barcelona e ideado por la Cátedra de la Universidad Autónoma de Barcelona, El Cervell Social, que investiga la neurociencia social, es decir: aplica el saber científico al comportamiento del ser humano y lo pone a disposición del público general con actividades como esta.

El ser humano, el animal más complejo que existe
La charla corre a cargo de la bióloga y periodista Beatriz Barco, y empieza y termina en la capilla del Cementiri de Poblenou. El espacio es, cuanto menos, chocante: ciencia y tecnología se dan la mano con la tradición en esta histórica capilla presidida por una estatua semejante a La Piedad de Miguel Ángel. Sin duda, un marco ideal para hablar del tema.

Un grupo de veinte personas escucha atento a Beatriz, que comienza explicando la evolución: cómo el ser humano ha llegado a la complejidad que lo conforma hoy en día, gracias a años y años de progreso. Un rápido repaso por las etapas del cerebro hace entender a los visitantes que “somos el animal más complejo que existe, seguido de algunos primates avanzados, de los cetáceos y de los elefantes”, como dice la guía.

Y es que el cerebro humano es el único con capacidad de abstracción, capaz de asimilar que hay un pasado, un presente y, sobre todo, un futuro incierto. Gracias a eso, a reconocer las emociones, a nuestro nivel de autoconciencia y al miedo (que juega un importante papel) somos los únicos que podemos concebir la muerte y hacernos preguntas como quiénes somos, de dónde venimos y hacia adónde vamos.

El sufrimiento ante la muerte y las preguntas sobre el Más Allá
Pero, ¿por qué sufrimos ante la pérdida de alguien? Básicamente, porque es irreparable. Perdemos para siempre a alguien que queremos, y lo queremos porque esa persona es única e irrepetible, sobre todo desde un punto de vista biológico, ya que los genes de cada uno son exclusivos en el mundo: jamás volverán a repetirse.

Beatriz explica con entusiasmo el caso de la gorila Koko, un primate de cerebro avanzado que habla el lenguaje de los signos y entiende más de 2000 palabras en inglés. Koko es un ejemplo de que algunos animales como los primates también tienen capacidad de asimilar la muerte e incluso de sufrir ante ella: la gorila define morir como “agujero cómodo”, “dormir” y “adiós”.

Pero cuando a Koko se le murió su gatito All Ball sufrió durante meses, definiendo la pérdida a sus cuidadores con estas palabras: “malo”, “triste”, “llorar”. Aún así, ni siquiera el desarrollado cerebro de Koko puede preguntarse qué hay más allá de la muerte. Según los investigadores, sólo los hombres podemos. Se debe a la complejidad del cerebro del ser humano, que es un arma de doble filo: existen mecanismos neurológicos que nos obligan a creer en que hay algo después de morir.

Beatriz advierte que nuestro cerebro, que es narrativo, tiende inevitablemente a inventar historias que justifiquen nuestros comportamientos o que respondan a lo que no sabemos. Esto explicaría nuestra creencia en el “Más Allá”: hemos inventado una historia agradable ante lo desconocido, porque nos hace sentir mejor con nosotros mismos.

Beatriz explica que, de igual manera, muchas actividades de nuestro cerebro también dan explicación a fenómenos como por ejemplo las experiencias místicas o cercanas a la muerte. La estimulación de los lóbulos parietal y temporal son los responsables de que alucinemos o de los viajes astrales, e incluso de que podamos escuchar una voz externa la cual podemos identificar (si somos creyentes) con la voz de Dios. “Son muchos los trastornos relacionados con la percepción personal (somatrofenia, autoscopia, sensación de presencia…) que tienen su raíz en los procesos cerebrales: esto prueba que el poderoso cerebro del ser humano es algo complejísimo que aún desconocemos”, sentencia la bióloga.

Itinerario científico por El Cementiri de Poblenou
La charla se ameniza recorriendo los principales puntos que han hecho historia en el Cementiri de Poblenou. Curiosidades, leyendas y bellas esculturas se enmarcan en la historia de la ciudad. La primera parada es en el sepulcro de “El Santet”, un joven que murió a la temprana edad de 22 años y al que la tradición popular le atribuye milagros. La gente, de forma espontánea, ha ido haciendo de la tumba de “El Santet” un lugar de peregrinaje, dejándole mensajes, peticiones, flores y otras muchas ofrendas, tantas que el cementerio ha tenido que habilitar los nichos vecinos para depositarlos: otro ejemplo más del poder de nuestro cerebro para crear historias.

Beatriz cuenta a los presentes las múltiples leyendas que giran alrededor de esta peculiar tumba, despertando la curiosidad de los visitantes que se aproximaban a observar con detenimiento la diagonal imaginaria que cruza la lápida de Francisco Canals i Ambrós (la leyenda dice que si te fijas con atención puedes ver un halo de luz plateado). La segunda parada, la Fosa Común del cementerio, tenía apunte histórico: el cuerpo sin vida del ser humano pasó de no tener ningún tipo de importancia a tenerla por completo, y coincidiendo con el auge de la burguesía, de la individualidad y de la creencia en el Juicio Final en el momento del deceso comenzaron los entierros individuales, los panteones y la ostentación Post Mortem.

Una pausa en el monumento mortuorio a Josefa García Cubera, presidido por una espectacular escultura que refleja un cambio social, da pie para explicar cuando se empezó a ver la muerte desde un punto científico. Y, por último, la guía conduce a los visitantes al primer monumento de Europa esculpido en honor a los médicos que perdieron la vida intentando salvar a otras de la fiebre amarilla. Allí, bajo la cruz que domina la principal avenida del camposanto, se habla de la muerte vista actualmente, del tabú que parece existir alrededor de ella, de la tristeza, la negación y el miedo que produce.

Todo se ve en ejemplos cotidianos: cuando dejamos la muerte en manos del médico, cuando velamos al finado con un cristal de por medio, cuando intentamos tapar el proceso de duelo diciendo un simple “no te preocupes, la vida sigue”. Esto da lugar a la participación del público y se abre un improvisado debate a favor y en contra del testamento vital.

La visita se cierra de nuevo en la capilla. Un aplauso espontáneo se arranca entre los asistentes. Ha sido una intensa charla de dos horas y media. Como dice Óscar Vilarroya, coordinador de la actividad, “los que hoy han venido no sólo han obtenido respuestas sobre la muerte, sino también sobre ellos mismos, sobre el importante papel que juega nuestro cerebro y sobre por qué nuestra sociedad integra la muerte de forma artificial”.

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