Cuentos que curan.
Leer 'Pinocho' a diario no evita que un niño mienta. Pero a través de algunos libros, los pequeños descubren estrategias para enfrentarse a situaciones de conflicto. Y además se divierten, que no es poco.
MARTA ESPAR 10/07/2010
La milenaria medicina ayurvédica recetaba al paciente
un cuento como parte de un compendio de remedios naturales. En 1794, a
un niño de nueve años le tuvieron que extirpar un tumor. Mientras
intentaban paliar su dolor -todavía no existían los anestésicos-, le
contaron un cuento. Ese niño escribiría 18 años más tarde Blancanieves.
Era Jacob Grimm. Junto a su hermano, Wilhelm, firmaría una larga lista
de cuentos clásicos que hoy se siguen leyendo. Con estos dos ejemplos,
la autora y psicóloga especializada en educación emocional Begoña
Ibarrola responde a la pregunta de partida de este reportaje: ¿curan los
cuentos?
"Quizá no puedan sanar una dolencia o remediar una
enfermedad, pero son un potente digestivo para las emociones que
aparecen a lo largo del desarrollo. Los psicólogos venimos utilizándolos
desde hace décadas como instrumento para recrear conflictos en las
consultas", explica Ibarrola. Pero, ante todo, los cuentos sirven para
divertirse. Tienen una función lúdica y potencian la imaginación, que no
es poco. Además, continúa Ibarrola, ese ratito dedicado a leer a los
niños un cuento antes de acostarse deviene en un "encuentro emocional
insustituible" entre padres e hijos. Y pone las bases para la
adquisición de un buen hábito lector.
"Los cuentos son
beneficiosos siempre, quizá más que en términos de salud lo son sobre
todo como elementos necesario en el desarrollo integral de la madurez y
la salud mental del niño", explica Carmen Martínez, pediatra de atención
primaria del centro de salud San Blas de Parla, en Madrid, y miembro
del Comité de Bioética de la Asociación Española de Pediatría (AEP).
Martínez
insiste, sin embargo, en la necesidad de evitar una excesiva
"medicalización" de los cuentos. Aunque pueden utilizarse puntualmente
como instrumento para abordar problemas, estos no deben sustituir la
conversación y el afecto del adulto en determinadas situaciones de
conflicto que forman parte del desarrollo normal, como cuando el niño
tiene miedo, le cuesta ir a dormir o dejar el chupete, o se sienten
celos por la llegada de un hermanito recién nacido.
"Lo más importante es tener presente que el cuento deber ser una actividad lúdica que conecta con el aspecto afectivo y emocional de la criatura", insiste Martínez, que no se muestra demasiado partidaria de diseñar un cuento para cada problema o patología concreta: "Los cuentos clásicos sirven para todo, porque tienen una trama sencilla, pero con dificultades, y un final feliz, que transmite que la vida tiene problemas, pero que siempre hay personas que te pueden ayudar y que, si te esfuerzas, saldrás adelante". La pediatra explica que el niño necesita estereotipos claros en forma de personajes, como el feo, el guapo, el malo o el bueno, que conectan con aspectos positivos y negativos que albergamos todos en nuestro interior.
"Lo más importante es tener presente que el cuento deber ser una actividad lúdica que conecta con el aspecto afectivo y emocional de la criatura", insiste Martínez, que no se muestra demasiado partidaria de diseñar un cuento para cada problema o patología concreta: "Los cuentos clásicos sirven para todo, porque tienen una trama sencilla, pero con dificultades, y un final feliz, que transmite que la vida tiene problemas, pero que siempre hay personas que te pueden ayudar y que, si te esfuerzas, saldrás adelante". La pediatra explica que el niño necesita estereotipos claros en forma de personajes, como el feo, el guapo, el malo o el bueno, que conectan con aspectos positivos y negativos que albergamos todos en nuestro interior.
Si los cuentos clásicos ya tienen ese
magnífico poder, ¿por qué salen al mercado cada año nuevos cuentos
dedicados a incitar la conversación sobre un conflicto en concreto?
Begoña Ibarrola, autora de relatos para combatir el rechazo -como La jirafa Timotea (SM)- o superar la culpa -como Simbo y el rey hablador (SM)-,
asegura que "poner esos problemas en la piel de personajes y ver cómo
los solucionan" puede ser de gran utilidad. Sin embargo, coincide con
Martínez en que no se debe llevar esta estrategia al extremo. "Cuando un
niño tiende a decir mentiras, no hay que leerle cada día Pinocho o Pedro y el lobo".
Ibarrola
admite que "no hace falta tener un cuento para explicar el divorcio,
otro para los celos, otro para hablar de solidaridad". La transmisión de
valores está implícita en todos los cuentos bien escritos, tanto los
clásicos como los modernos. Aunque hay emociones, como la culpa, que,
según Martínez, "aparecen en nuestra sociedad y pocos relatos la
abordan".
Áurea Gómez, maestra y coordinadora pedagógica de la
editorial barcelonesa ING Edicions, abunda en el poder del cuento como
elaborador de emociones. "Con el érase una vez, el relato huye de
un tiempo y un espacio concreto, pero aporta imágenes que pueden ayudar
a cambiar actitudes, porque permiten que los más pequeños se pueden
identificar con ellas".
A través de este proceso de
identificación, el lector encuentra una solución o estrategia para
digerir y transformar una actitud concreta. Pone un ejemplo: "Un niño
que siente celos de su hermanito recién nacido puede entender la envidia
que siente la madrastra de Blancanieves. Al comprobar que hay alguien
más que siente esa emoción, puede separarse de ella, ponerle nombre y, a
partir de ahí, transformarla". Gómez considera que es juego simbólico,
que no surge del interior del niño, sino de la cultura popular, formando
un yo colectivo que es comprensible desde diferentes culturas.
En
la actualidad, muchos padres se preocupan por el componente educativo
de los cuentos, pero las expertas consultadas aseguran que lo
verdaderamente preocupante es que los cuentos están perdiendo
protagonismo en una sociedad dominada por las pantallas. "Estamos
saturando a los niños de imágenes y otros estímulos pasivos, cuando la
creatividad depende sobre todo del desarrollo de la fantasía, para la
cual son ideales las palabras", insiste Martínez.
La pedagoga
Áurea Gómez añade que los cuentos aportan un beneficio que no genera la
televisión: "El niño construye sus propias imágenes, y este proceso es
fundamental para, posteriormente, poder ejercitar una buena capacidad de
abstracción". Por estos motivos, todas insisten en la necesidad de
mantener la rutina de leer un cuento antes de acostar a los niños.
Razones hay muchas: ese rato mágico, sin distracciones, refuerza el
vínculo entre padres e hijos y proporciona seguridad a la criatura.
Además pone las bases para un buen hábito, el desarrollo del amor por la
lectura. "El vínculo entre el que narra y el que escucha se remonta a
los orígenes de la humanidad", añade Ibarrola. Basta con volver a los
ejemplos del principio.
Historias para cada etapa
*0-4 años: secuencias de imágenes y series de personajes
Libro de imágenes: el primer libro de imágenes para los más pequeños
Ian Beck. Editorial Juventud. Barcelona, 1995. 14 euros.
Miffy en el zoo
D. Bruna. Editorial Destino. Barcelona, 2002. 6 euros.
Te quiero mucho, pequeño dormilón
Claire Freedman. Ilustraciones de Simon Mendez. ING Edicions. Barcelona. 13,30 euros.
*5-7 años: despertar emociones
El patito feo
Hans
Christian Andersen. Ilustraciones de Nikolaus Heidelbach. Editorial
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2005. 13 euros.
Shola y los leones
Bernardo Atxaga. Ilustraciones de Mikel Valverde. Editorial SM. Madrid, 1995. 8,25 euros.
¡Quiero un hermanito!
Ignasi Roda Fábregas. Ilustraciones de Sally Cutting. ING Edicions. Barcelona, 2009. 6,25 euros.
*8-10 años: originalidad, astucia y el valor de la aventura
Las brujas
Roald Dahl. Ilustraciones de Quentin Blake. Editorial Alfaguara. Madrid, 1983. 7,50 euros.
Pippi Calzaslargas
Astrid Lindgren. Ilustraciones de Richard Kennedy. Editorial Juventud. Barcelona, 1982. 13,50 euros.
El cascanueces
E. T. A. Hoffmann. Ilustraciones de Roberto Innocenti. Editorial Lumen. Barcelona, 1996. 28,85 euros.
*11-13 años: la intriga protagonizada por un niño
La cruz de El Dorado
César Mallorquí. Editorial Edebé. Barcelona, 2005. 6 euros.
El hobbit
J. R. R. Tolkien. Editorial Minotauro. Barcelona, 1982. 20,95 euros.
La isla del tesoro
R. L. Stevenson. Ilustraciones de Joan Junceda. Editorial Edhasa. Barcelona, 2003. 20,50 euros.
FUENTE: Pep Molist. 'Dentro del espejo. La literatura infantil y juvenil contada a los adultos'. Editorial Graó. Barcelona, 2008. 21 euros.
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